13 de septiembre de 2013

Las malas compañías




El Rastro, verano del 2013


Nos contó el policía municipal que Tinofc se había pasado todo el verano de ultramarino de guardia en el Rastro. Todo el dinero que no se gastó en la playa, lo fundió en el desagüe dominical. Llena el maletero del coche, con la alegría del buey que bien se lame, desde que sufre el mal de Montano, ese impulso irreprimible ante una caja de lo que sea... Libros, coches de lata, colección de cuentos del País, Anagramas de bolsillo, facsímil de arquitectura, facturas de ferretería del siglo pasado, brujulas para encontrar el sur... Sabemos por los síntomas (baile de san Cucufato, sudores fríos y pérdida del habla momentánea), que este mal puede ser contagioso.
 También había aparecido un histórico del Rastro: Arsenio, que desde su retiro en la montaña donde cuida a su madre de 104 años, contadas son las veces que asoma a este valle.
El Ilustrado marcó de cerca al polaco y no se alejó mucho por si las moscas. Nos contaba Boris que lo veía corriendo que ospaba camino de Reto después de llenar su cartera de concejal de Mansilla en la escombrera catalana
Algunos domingos bajó del monte el Pescador Bombita buscando un retrato original de Manolete en papel agfa. Pujaba a la baja, pero todavía no se decidía a llevárselo. Al final se lo madrugarán.
El canario Amanuense salió de la jaula del archipiélago. Su moreno de librería de saldo le traicionaba. Otro que no pisó la playa. Nos habló de unos escritores ucranianos, pero no despertó ni la curiosidad de los tres pelagatos que le seguían. Nos quiso enseñar las fotos de los paraísos oscuros donde retozó y se gastó los cuartos. Su últimageneración no funcionaba por falta de cobertura. Algún envidioso se alegró de este contratiempo tecnológico.
De vez en cuando nos dijeron que aparecía Gromov sacaperras (sus regateos desafían la ley de la gravedad y cualquier día lo vemos en el río), ejemplo: un Quijote de dos volúmenes de bolsillo por 2 euros, y el ruso le ofrece 1,50. "Aquí el precio lo pongo yo", así le despachó el Averías. Pensándolo bien el prenda solo lo hace para cobrar cierto protagonismo en estas crónicas, ya que últimamente está muy esquinado debido a sus largas temporadas en el monasterio Lapón.
El Marchante llegó, con el mes de septiembre, jurando en arameo porque no había visto el sol en sus vacaciones galegas; una niebla londinense cubría sus paseos a orilla del mar. Sublimó el cabreo con unos vinilos de Caracol y Agujetas. Nos leyó la letra de un martinete y nos dejó con el quejío del cantaor en los huesos. Encontró un breviario de oraciones, lleno de postales y recordatorios. "En el Rastro no se busca se encuentra", nos aclaro Vitrubio.
Lo poco que apareció el malasombra de Larsen (estaba de turismo rural y alfalfa en su pueblo de la ribera) era para dar la matraca con la novela "Las pirañas"del primo de Ocramalliv, Sánchez-Ostiz. "Un viaje al fin de la noche de Pamplona y no el pasacalles de gigantes y cabezudos de Gromov", dijo el Trapero.
Tampoco dicen que vieron al Ultraísta; la maledicencia dice que ha cambiado la furgodesván por una discotecamóvil para las fiestas veraniegas del Bierzo.
Simenon seguía agostado en su casa de tierras de campo como el lagarto de la veleta de Alfanhuí.
Creemos que el coto de la Cacharrería ha sido presa fácil de la Codorniz (pica aquí, pica allí), que lejos de los cazadores, ha tenido un vuelo rasante toda la temporada estival. El Machetas cada vez que la vez se sube por los árboles del paseo de la Guinda.
Se acerca otoño y con él la melancolía de los días azules. Los Flâneurs de los Ultramarinos volverán a las andadas sabiendo que cuando se es de aquí se tiene la mitad perdido y la otra mitad por ganar.




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