30 de julio de 2014

Desierto Viviente




Afiche y fotograma de Desierto Viviente, de Disney






No es muy conocida la colaboración de Albert Camus con Walt Disney. En 1954 el cineasta americano reclutó un grupo de escritores franceses, buena parte de ellos académicos, para dar lustre a un libro con fotogramas extraídos de su documental Desierto Viviente. El texto de Camus, más allá del rigor científico que entrañe o del que adolezca, es bellísimo y damos de él aquí un fragmento.




La edición francesa del libro, notable por su composición



La noche y el silencio caen de pronto sobre el desierto transfigurado. Por un breve instante todavía, algo, en estas soledades, espera aún lo imposible, el milagro continuado: fuentes mudas manan en la arena, y un tallo invisible se llena de insectos felices. La paz va a triunfar, el ratón dormirá cerca de la serpiente, el lince renunciará al asesinato; el Edén, en una palabra, agitará las ramas de sus grandes árboles por encima de las praderas fértiles en las que duermen las fieras inocentes. La mañana puede levantarse a continuación sobre las colinas inmutables y los valles desolados, la cacería implacable puede reanudarse. El sol del mediodía puede alcanzar su cénit, abarquillar las flores para quemarlas y matar la vida y la esperanza sobre la inmensa llanura. El recuerdo, al menos, reside en el frescor y en la belleza. Será oscurecido por el viento que, de nuevo, recubrirá plantas y animales con una ceniza de arena; perderá uno tras otro sus colores, las fuentes se secarán, la hierba crepitará antes de morir. En la guerra nuevamente declarada, los animales se morderán mutuamente en la garganta; amores salvajes se sucederán entre los dos desiertos del cielo y de la estepa. El Edén está lejos, las praderas han ardido, y en adelante, quizá durante largos años, el miedo, la sed, los breves triunfos, la muerte, reinarán en estas soledades. Sólo la tregua jadeante de la noche aportará a los animales un descanso, y aún inquieto. Pero la esperanza que pierde su apoyo y su luz, la esperanza de la noche, tiene un nombre que esconde el secreto de toda grandeza y que se llama obstinación. ¿Quién viviría o crearía en los eriales que la Naturaleza o la sociedad ofrecen al hombre, de no ser por la obstinación sagrada? ¿Quién consentiría en soportar la recriminación y el temor, y en caminar por el desierto que cada cual lleva dentro de sí, sin esta testarudez soberana que rechaza la dimisión y convierte la misma muerte en una victoria? Los desiertos son, por esta razón, reinos de la única virtud, la que existe por sí misma, sin necesidad de ninguna otra: la voluntad de existir. 


(Albert Camus)

La modesta edición española de Desierto Viviente

[Último gruñido preveraniego de Gromov]

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