Capítulo 9
La cosa empeoró en tanto que lo excrementos humanos empezaron a proliferar por el hotel. No sé si había gran número o me encontraba los mismos varias veces al día. El caso es que mi mente se obsesionó con ellos. Al poco decidí dedicarme en cuerpo y alma a encontrar a los supuestos habitantes del hotel. Ideé un sistema mediante nudos de sábanas para hacer una red con la que cazar al intruso y coloqué varias trampas que conectaban lámparas con columnas y cortinajes. Me apostaba a vigilar en distintos lugares del hotel escondido aunque casi siempre me dormía.
Al final mi extraño tejido de sábanas en forma de tela de araña atrapó al defecador que, como una momia egipcia, caminó a ciegas unos metros tambaleándose y haciéndose un lío hasta quedar como un ovillo blanco. Me tiré sobre él y acabé de envolverlo en sábanas y más sábanas para inmovilizarlo y, en un momento dado, empezó a dar boqueadas que llegaban amortiguadas por las capas de tela. Entonces pensé que se estaba ahogando y comencé a intentar liberarle de las vendas sin conseguirlo. Al final dejó de temblar. Debió quedar asfixiado. Me quedé unos segundos paralizado, impresionado por la facilidad con la que la vida se podía ir en unos minutos de un cuerpo. Luego lo arrastré por la alfombra roja hasta las escaleras y tomando una punta de las soga de sábanas que até a la balaustrada lo empujé hacia abajo. La pendiente era tanta y la cuerda de sábanas atadas tan larga que bajó más de un piso el cadáver desenvolviéndose. Corrí tras él. Al final de la otra punta estaba tendido un viejecillo cubierto de harapos de ropa elegante. Parecía un pobre pirata abandonado que se había muerto al echarse una siesta justo antes de que apareciera alguien para rescatarle.
Inmediatamente registré sus ropas y hallé la llave 119 que debía corresponder a la habitación que habitaba en el abandonado hotel Oliden.
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