Estaba tan enfrascado en el relato que no me di cuenta de que el taxi llevaba un buen rato detenido a la puerta de mi casa. Me hubiera quedado allí el resto del día oyendo a Julia, pero ya era tarde y nos despedimos con su promesa de contarme más cosas de su abuelo y Eddie. Ella era muy perspicaz y se dio cuenta de que me había cautivado con el relato, la expresión de sus ojos y un ligero rictus en sus labios la delataban.
Aquella noche, aunque no llegaron a ser pesadillas, soñé con náufragos enmascarados, con estudiantes pendencieros, con pájaros negros que revoloteaban alrededor de un gran cuervo blanco y con el mismísimo diablo que llevaba una máscara grotesca ¿Era una máscara o era su verdadero rostro? Cuando me desperté, recordando los sueños, me dije que Julia era una cuentista de cuidado. Su imaginación había hecho mella en mi mente impresionable. Pasaron dos días sin noticias de Julia. Cada vez más iba creciendo en mí el interés por Poe, lo que me llevó a consultar varios libros sobre su vida en la biblioteca pública de la East Franklin. Esperaba encontrarme alguna referencia sobre el episodio de la mascarada o sobre el amigo John, ni una ni otro aparecieron por los libros consultados. Cuado volví a tener noticias de mi amiga fue para invitarme a su casa, a pocas cuadras de donde yo vivía. Cuando llegué de nuevo me descolocó abriendo una botella de Virginia Gentleman para servir un par de copas. Ni rastro de las infusiones de las abuelas. No sabía cómo decirle que no encontré referencia alguna sobre lo que me había contado en los libros consultados. Por primera vez en aquellos ojos escrutadores noté como si me leyera el pensamiento. Se levantó del mueble que tenía a sus espaldas, sacó una ajada caja de cartón, la abrió y extrajo una gruesa carpeta forrada en cuero que puso a mi lado. Mientras se llevaba un trago de bourbon a los labios me dijo que la abriera. Una vez abierta vi que estaba repleta de cuartillas amarillentas. Contenía dos bloques, cada uno atado con una cinta de seda azul. Deshice el nudo del primer bloque y una nubecilla de polvo azulado se posó en mis dedos. Las hojas parecían los típicos apuntes de clase de un estudiante aburrido. La letra era muy alargada, con distintos tamaños, renglones torcidos, muchas tachaduras y aquí y allá estaban salpicadas con multitud de pequeños dibujos, los propios que se hacen mientras se piensa en otra cosa o para matar el tiempo. Abrí el segundo atadillo y me encontré con unas cuartillas limpias y una escritura pulcra de cuidada grafía inglesa. Aunque también eran borradores, con algunas tachaduras, la estructura era uniforme, con espacios regulares entre las palabras y entre líneas. Aquellos papeles parecían “notas pasadas a limpio”. Los caracteres eran regulares, puntiagudos y bien proporcionados, con las mayúsculas algo más altas de lo normal. Me dijo que adivinara cuáles eras las de Eddie. Sin dudarlo un momento me decidí por el primer montón, el anárquico. Me corrigió con una beatífica sonrisa. Las primeras cuartillas pertenecían al deudo de uno de los náufragos, a John Moran. Sabía que Julia estaba tan cuerda como yo, y que no chocheaba en absoluto, así que llegado a este punto, y después del relato de las máscaras, mi escepticismo aumentó a tal grado que pensé que la viejecita me estaba tomando el pelo. Debió leer mi cara, pues al momento me dijo que la escritura es a la persona lo que el cabello a la inteligencia, que eso de la papiroflexia eran bobadas. Me entró la risa y enseguida corrigió su lapsus, de la larga frase que dijo en inglés sólo entendí graphology y mistaken. Esta situación, hábilmente llevada por Julia, y un par de tragos de aquél endiablado bourbon, hizo que disminuyera mi recelo. Seguí con aquellas cuartillas, que de saber más inglés, hubiera leído totalmente, pues la letra era muy clara. En unas pocas aparecía la firma de Poe, unas veces como Edgar A. Poe y otras con las iniciales E.A.P. Julia me señaló una de aquellas cuartillas. Aparecía encabezada por la palabra shrapnel en letras grandes. No sabía el significado pero Julia lo tradujo como esquirlas de metralla. Más o menos venía a decir que John no había sufrido ningún cambio en The Last Joke, sólo había sido un susto pasajero, sin embargo a él se le habían clavado esquirlas de fuego en el alma y esquirlas de hielo en la cabeza. Seguía un relato confuso sobre la oscuridad, espíritus heridos, los Santos Evangelios y sueños brumosos. Seguí ojeando aquellos papeles y de pronto me llamó la atención un verso, pues estaba escrito en castellano en medio de párrafos en inglés, que hablaban del descubrimiento de una estrella por el astrónomo Tycho Brahe, decía:
Un no rompido sueno
Un dia puro, allegre, libre
Quiera —
Libre de amor, de zelo
De odio, de esperanza, de rezelo
Julia se dio cuenta de mi sorpresa. Ya lo viste, me dijo, ¿quién te crees que influyó en ese verso? Cogió los papeles de John. Rebuscando entre ellos sacó un maltrecho folio y me lo pasó. Entre dibujitos y letra desigual se podía leer:
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo
Me quedé mirando a Julia como a quien se le explica algo y no entiende nada en absoluto. Enseguida acudió a mi rescate. Eddie con parte de dos estrofas hizo un nuevo verso, me dijo poniendo las dos cuartillas juntas. Qué curioso, le comenté, Poe inspirándose en tu abuelo. Entonces Julia me dijo si de veras no había leído antes esas estrofas que yo atribuía a John Moran. Para mí eran inéditas. Son de un compatriota nuestro, Fray Luis de León, de éste si habrás oído hablar supongo, me dijo mirando las cuartillas. Ahora ya me creerás un poco más. Eso hizo que me sintiera avergonzado, no tanto por mi ignorancia, sino más bien porque ella había notado mi desconfianza. Para escapar un poco de la situación me disculpé diciéndole que yo era de ciencias, no de letras. Otra vez noté en su mirada astuta como si leyera mis pensamientos.
Entré en casa de Julia confundido y salí muy confundido. Bien pensado aquellos papeles podían ser de cualquiera. Sí que eran antiguos, pero podían ser de cualquier muchacho de hacía ciento y pico años. Por otro lado, ¿quién querría hacerse pasar por Poe en aquella época? ¿Qué interés tendría Julia en guardar aquellos viejos papeles sino fueran originales? Tenía que cotejar la letra, pero ya era tarde para pasar por la biblioteca de la East Franklin. Esa noche me costó quedar dormido, todo era demasiado fantasioso, los náufragos, lo de las máscaras, aquellos manuscritos… la humedad y el aplastante bochorno tampoco ayudaron mucho. En cuanto me desperté al día siguiente me encaminé a la biblioteca, en algún libro habría muestras para poder comparar la letra. Justo cuando iba a entrar me di cuenta que en la cuadra siguiente, en la calle paralela, por donde había pasado en taxi con Julia hacía unos días, estaba el museo de Poe. Allí estaba la respuesta. Nada más entrar, en el vestíbulo había colgado un enorme póster reproduciendo una carta manuscrita a John Neal. La letra era idéntica a la que había visto el día anterior. Los demás documentos facsimilados que se veían colgados por las paredes no hicieron más que constatarlo, los manuscritos de Julia eran auténticos.
Ya quedaban pocos días para mi regreso a España. Julia me prometió que iría a visitarme a España y me hizo prometerle que le enseñaría la zona de Luna. El día que me despedí de ella me pareció que había envejecido, aquellos ojos vivarachos parecían haber perdido brillo, menguada su contagiosa vitalidad y un halo de pesadumbre parecía envolverla. Por unos momentos pequé de presuntuoso al pensar que era debido a mi marcha. Ya en el avión, de regreso, rogué porque así fuera. Nunca más supe de Julia.
De aquella estancia en Virginia me traje la fiebre por Poe y todavía hoy sigo buscando referencias sobre John Moran y sobre los acontecimientos de The Last Joke. En cuanto a los manuscritos de Julia, quién sabe, quizás algún día…
[El Amanuense]
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