28 de noviembre de 2014

Las malas compañías


El Rastro, otoño de 2014





“Tengo una nave donde guardo todos los cachivaches que compro en el Rastro. Mira estos dos libros, un euro por los dos. La mayoría de los libros salen para Canada por Internet.
Yo soy de Villamodrín de Rueda, uno de los 38 pueblos que dominaba el Almirante Rueda, hasta que nos hartó y no volvió a cobrar ningún impuesto más. Te hablo de hace cuatrocientos años,  cuando salieron con los palos los de mi pueblo y lo echaron de allí.
Por cierto, ¿tú no serás de los de la coleta? Porque yo soy de la falange de toda la vida.

El primer tractor amarillo que hubo en mi pueblo fue el mío; con él iba a todas las fiestas de la comarca. Después cuando me fui, mi padre entrenó a mi hermana en el manejo de la máquina para que siguiese trabajando las tierras.
Hice la mili en África y a la vuelta conocí a una monja enfermera que me colocó de celador en san Juan de Dios. Acabé casándome con ella, pero no te rías, ya se había salido del convento. Tiene morbo la historia.

En el hospital conocí lo duro que es la vida. Señores que estaban a punto de morir y nadie se hacía cargo de ellos; una vez muerto venían los familiares a por los enseres que guardábamos en una bolsa de basura en el cuarto oscuro. No os imagináis la de cosas que había allí porque nadie venía a recogerlas. Así hice mi colección de cachavas que tengo en el pueblo y que he ido regalando a los vecinos. Sólo me he quedado con una que perteneció al obispo de Astorga.

Hice mucho dinero con los chopos; ¿a que no sabéis cuánto tiempo tarda en crecer uno de esos árboles, vosotros que sois estudiados? Entre doce y quince años. No tenía prisa, ponía el mono azul que compré en Cadórniga, tiraba el móvil, el reloj y me iba al reguerón. Cuando me entraba el hambre volvía para casa. No como en el Hospital que me tenían controlado por un busca como si fuera un perdido.

Ahora mi mujer está a punto de jubilarse después de haber trabajado muy duro durante estos años. Primero estuvo en el psiquiátrico de Palencia y después en el de Mondragón donde atendió al poeta que acaba de morir hace poco y que era hijo de Panero, el gran poeta del Régimen. Vosotros que le dais a los libros y sois tan cultos, ¿sabéis de quién os hablo?

En mi familia tengo algún escritor, ¿conoceís a Leónides Fresno? Después de colgar los hábitos de agustino regresó al pueblo y empezó a escribir sin parar. De vez en cuando se le veía con un sobrino retocando el tendejón. Fue de los pocos que estudió de la familia porque se fue a a los frailes; mi padre me sacó de la escuela a los nueve años para ir con el ganado, por la noche me llevaba a casa del maestro que daba la coincidencia que era mi abuelo, para que me enseñase las cuentas.

No creas que soy cristiano viejo, soy descendiente de judíos y tengo un olfato genético para el regateo en el mercado.
Fui el último que se casó en el monasterio de San Miguel de Escalada y el primero que entró en la biblioteca del carnicero bibliófilo de Mansilla de las Mulas. Contaba mi padre que el padre del carnicero hizo su fortuna de pergaminos y monedas cambiándolas por chorizos en los pueblos de la zona. ¡Cuánta hambre e ignorancia¡ El carnicero siempre compraba tres ejemplares de cada libro. Uno para cada hijo. Por tanto ahora hay tres bibliotecas y ninguna la tienen los hijos. Me parece, por lo que me dijo la viuda, que todo lo han donado al Instituto de Cultura. De vez en cuando voy por Mansilla, no por ver los libros que no quedan sino por ver el molino y los aperos que tiene en el corral. ¿Por qué no los darán al museo?

Estamos preparando en el pueblo una calle a José Luis Puerto por todo el trabajo de investigación que ha hecho por la zona. ¿A qué no sabéis quién le cuenta todas esas cosa que escribe en los libros? Os dejo antes de que llueva más, he traído un saco de nueces para un cliente. Cuando quieras saber algo más, me llamas. Mi vida es una novela y todavía no te he contado casi nada.”

Hasta luego, Macario. 

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