20 de noviembre de 2014

Fernando Iwasaki



A. Toribios y J. M. López-Astilleros (dos ultramarinos) con el escritor peruano en el Club Giner.







FERNANDO IWASAKI, UN HOMBRE PARA LA DIVERSIDAD


Conozco a Iwasaki desde 2005, concretamente desde el 6 de julio de ese año, fecha que aparece escrita a lápiz en las guardas de mi ejemplar de “Neguijón”, por ser el día en que empecé su lectura. ¿No es por su obra como se conoce realmente a un escritor? ¿O es mejor verle “en calne”, que decía mi hija de pequeña? Lo podremos ir comprobando aquí y ahora, en cuanto este heraldo termine su inane solo de trompeta y se enciendan los focos.

Encontré el libro en el marasmo multicolor de la mesa de novedades de mi librero habitual de entonces. ¿Qué me hizo fijarme en él, hasta el punto de decidir levantarlo de aquel lecho de pulpa y llevármelo a casa para siempre? Quizás su portada, ese dibujo antiguo que me retrotraía a un cuadro del Bosco,  “La extracción de la piedra de la locura”, cuya reproducción en un calendario me había impresionado en la infancia. También ayudaron las estampas de siniestro utillaje que descubrí al hojear someramente el libro. Lo terrible tiene esos curiosos efectos. Me pasaba de niño con un escaparate donde se exhibía material quirúrgico y me volvió a suceder con “Neguijón”.  Pero además otra cosa que me atraía era el nombre, ese raro Iwasaki impreso en la pasta, tras el castizo Fernando. Y es que oriente tiene su misterio.

Me embarqué en la lectura y me sorprendió su densidad, su estudiada estructura, su inmensa riqueza léxica, la capacidad de sumergir al lector en las vivencias cotidianas de un Siglo de Oro, visto más desde el contrapicado del albañal que desde las cumbres de lo sublime.

Me he vuelto a encontrar con Iwasaki ahora, y he hecho una tournée por unas pocas piezas de su extensa obra. Empecé por los microcuentos ingeniosos e irreverentes de “Ajuar funerario”, todo un manjar para la inteligencia. Luego la emprendí con ese monumento a la parodia cáustica y festiva que es “España, aparta de mí estos premios”. No contento aún, me metí con los cuentos de “Papel carbón” y me encontré con un acabado muestrario de ficciones diversas, con notables ejemplos en cuanto a uso del lenguaje popular y escenarios históricos documentados y veraces. Y luego vinieron los artículos de opinión de “Una declaración de humor”, con toda la viveza y eficacia que requiere el periodismo.

Pero me faltaba aún una pieza para poner la guinda a mi escrutinio, y me vino como traída por el viento. Me refiero al delicioso “Navocobia peruviana”, un juguete erudito que busca entre las entretelas de los libros más diversos el rastro de escritores peruanos. 

Vuelvo al principio, al título, a Iwasaki o la diversidad. Me lo imagino como a Gómez de la Serna, escribiendo cada obra en un pupitre distinto, según se tratase de novela, teatro, biografía o crónica, yendo de uno a otro como circulan de tablero en tablero los maestros de ajedrez en las partidas simultáneas.

Se abre la veda: conozcamos ya a nuestro invitado en carne viva, aunque mortal.




ANTONIO TORIBIOS





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