20 de junio de 2015

Las malas compañías


El Rastro, primavera de 2015


El joven del Círculo y su cliente preferente, Larsen, hojeaban una primera edición de la Guía Cómica de León de Bujía y Lamparilla, cuando se oyó un «¿no se puede ver la joya de la corona?» gromoviano desde la acera de enfrente. Al poco llegó Tinofc con dos bolsas de libros del expurgo infinito, los repartió entre los Ultramarinos más madrugadores. Gromov, al ver el libro de memorias  El cine de los sábados de T. Moix, se le soltó la lengua y recordó la biografía refrito que había hecho Bonilla y que había leído esa semana, robando el tiempo al Quijote de Trapiello. «Y sin esperar un ramo de flores como el que recibió el jerezano del escritor catalán», apostilló el ruso.
Bombita llegó decidido a negociar por el libro Pluma, Seda y acero. Las moscas del Manuscrito de Astorga que el estepario había comprado en el mercadillo de la ciudad impar. Gromov se cerró en banda y como si fuera Mortadelo se tranformó con sus botas, la nasa y la caña en un pescador del río Tuerto que pasa cerca de su pueblo.

En la cacharrería, gracias a las buenas artes del polaco -es de la vieja escuela- y acompañado por el trapero consiguieron despistar al grupo de tertulianos y coger el atajo del carril bici de la orilla del río; aunque llegarón al desengaño con una ventaja más que suficiente para saborear las novedades de Garcilaso,  éste estaba en misa según dijo la chica de la boutique calé. Todo su gozo al pozo.
Todavía el polaco se guardaba un as en la manga que sacó cuando llegó el poeta de la intemperie. Un número especial de Claraboya dedicado a J. A. Llamas. Tirando del hilo de la mítica revista literaria el poeta divagó por la obra de todos los escritores que fundaron la revista. Acabó dando rienda suelta a la maledicencia al ver pasar por el baratillo a la anterior inspectora Provincial acompañada por un santo sin peana.

De regreso al coche un feriante le ofreció a Gromov un coche de juguete.«¿Por qué a mí»?, pregunto el ruso. “Porque tienes cara de niño", le dijo un enlutado gitano.
Dejamos temprano el Rastro, esa estación de cercanías donde los trenes hace tiempo sólo llegan en el recuerdo.



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