26 de junio de 2015

Las malas compañías



El Rastro, verano de 2015


- «!Estoy harto de tantos libros! Del expurgo de la biblioteca de Pola me llevé una enciclopedia de la Historia de la tipografía y una primera edición de Los Raros de Gimferrer –ya tengo tres-, a treinta céntimos cada uno. El Amanuense, ayer en Cuchilleros, se llevó un libro dedicado al expresidentes Aznar. Mira que le digo a Bombita que no me traiga tanta morralla:  Poesía completa de Cremer, con ésta tengo ya cuatro ediciones. Esta semana Tartufo me trae treinta cajas de libros».
- «Tengo la casa llena de polillas. Mi mujer se queja de los agujeros que le hacen en la ropa,  y me dice si no tienen suficiente con el papel que almaceno en mi habitación. Habrán cambiado de dieta».
El rastrero que escribe estas palabras da fe de este diálogo entre el polaco y el trapero Larsen cuando el sol empezaba a lamer el tejadillo de la plaza de toros.

La calorina cazurra los apalancó debajo de un platanal donde dieron un repaso a la torrencial obra de M. S. Óstiz, a la vocación de zapateroremendón del panfletario Mestre, a los poemas olvidados de Aldo Sanz que vive retirado entre fogones en Coladilla. Alguna pregunta quedó tirada en el asfalto: ¿Por qué presentan en León una novela de V. Botas que se publicó en los noventa? «Y vienen nada menos que tres espadachines: J. L. G. Martín, A. Manilla y J. Bonilla», puntualizó un enterado Tinofc.
También comentó el polaco que le han ofrecido el mítico Benito (100 años) para hacer la  presentación Ultramarina. «Todo ya está atado a la rueda del molino de Villaquilambre», dixit malabia.

Junto al coche del trapero –que se lo quería comprar un chatarrero- se  improvisó una firma del libro Cuentos de León (Rimpego) donde participa el poeta de la intemperie. Con la generosidad que lo define trajo un ejemplar a cada ultramarino («el resto, a pelar la pava», dijo con sorna el polaco). Con el Boli Pilot de este tarambana crónista y sobre la chapa abollada del iglú (como lo llama el Cronista de Indias) rubricó el poeta sus  misteriosas dedicatorias. La fila se rompía con el trasiego de botijos y platos que, sobre un carrito de bebé, llevaban dos marroquíes. Desde la otra acera la curiosidad arremolinaba a varios peatones.
Con la entrega del último libro firmado empezó la tertulia del botillero malasombra. Hizo un recorrido por su estancia en Sevilla y alrededores; todavía le visitan en La Alberca algunos alumnos del Instituto G. A. Bécquer, en los que sembró la flor de la poesía simbolista. Allí se encontró con unos de los Morancos que le hacía unos eskés humorísticos con los poemas de Quevedo.
Sacó una Joseleskine para leer un breve poema basado en la anécdota del coche de juguete de Gromov cuando un indigente interrumpió con las manos de la miseria y pidió unas monedas para comer. Toda la calderilla que no se habían gastado se escuchó en su mano, pero poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad.
«Todo lo que se haga es poco», sentenció el cuentista poeta. El Amanuense que hila siempre fino bordó con su aguja de Marqués de Santillana las palabras más celebradas en este vertedero: «Todo expurgo es poco».
Sin dudar la adoptaron como la leyenda del escudo ultramarino que el artista de las psicoboligrafías haría en días venideros aprovechando sus vacaciones en las Islas.

Tinofc puso rumbo al sur; recordó sus días de mili y espaguetti wester en el desierto de Almería, donde estaba el cuartel de infantería con la primera biblioteca que sableó y con la que empezó a llenar su anaqueles. «Cada permiso llenaba el macuto de libros y unas mudas para disimular».
Bombita dio la voz de alarma. Acababan de descargar la papelería Alba (Zamora) tres puestos más abajo. 3 por 1 fue el reclamo que los puso en camino. Atrás quedó el trapero que iba a llevar a su nieta Mara al desfile de Frozen en la calle Ancha.



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