13 de octubre de 2015

El juego






El juego


En el caso de que ahora abrieras los ojos sólo me verías a mí por última vez. No te gustaría verme con las tijeras apuntando a tus ojos. Tampoco entenderías que todo es un juego, quizás porque recordarías el día que le clavé ambos filos a papá mientras dormía la siesta. Debería haber comprendido que no quería que me escondiera el azafate de costura, puesto que me hacían mucha ilusión los cortes sobre mi brazo y el sabor dulzón de la sangre que salía con esfuerzo. Pero, ¿sabes?, esta mañana me dijo que él no lo había hecho, que eras tú quien lo custodiaba. Como prueba me indujo a buscar la llave del mueble en uno de los bolsillos de tu bata colgada en el perchero del baño. Enseguida advertí con sorpresa que me invitaba a seguir jugando. Después de esto habré ganado, seré la dueña y señora de las tijeras mágicas para siempre. Y vosotros volveréis a pasear cogidos del brazo bajo los tilos negros de la avenida, y a quereros de nuevo.


Larchín, gran señor feudal de la antigua dinastía china Lar-so-mon, cuyo poder ejercías de modo inmisericorde sobre la provincia papelera Chuan-sin-pel, y que sabiéndote eterno gracias a las infinitas reencarnaciones en los sucesivos manuscritos de innumerables escritores devorados por ti, decidiste vivir bajo pseudónimo en occidente, arropado por el disfraz de un trapero editor bonaerense afincado en el pueblo europeo de Buenavidadelrío. A ti me dirijo, para que un átomo de la sangre ficticia de esta negra, cruel, despidadada y tierna microhistoria te provea de un medio suspiro de existencia.


Mattheus Porto Luz

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