Hace tiempo, mientras leía un relato de Bolaño, me encontré con un personaje al que había estado persiguiendo durante años, me sorprendí cuando me dijo que obedecía al mote de “Gusano”, y que de tanto llamárselo desde niño, había olvidado el nombre verdadero que su madre le había puesto en la pila. No sé por qué se molestó, si hasta ella se dirigía a mí con el apodo con el cual mi padrino me presentó a la familia el día del bautizo, se lamentaba con rencor, actitud que no le reproché, si bien al contrario argüí en su descargo, que si por mí fuera el mundo lo hubiera conocido como Néstor Duarte, nombre para quien no había encontrado cuerpo ni argumento hasta ahora. Le pregunté que qué hacía allí, sentado en el parque de la Alameda de México D. F., a lo que me contestó que no se había movido de aquel lugar desde hacía diez años, cuando volvió de Sonora para exigirle a su creador que le diera sepultura, ya que gustaba de las historias abiertas, de dejar que los muertos se pudrieran una y otra vez, con pertinaz encono e insensatez, y que eso no podía ser, que había que tener piedad. Entonces aproveché para informarle de que su pretensión de abandonar la eternidad era una quimera, pues Bolaño había fallecido el 14 de julio de 2003 en Barcelona, pero que si no se consideraba traicionado ni humillado, por mi parte lo haría lector de poesía en sus últimos años de vida y residente en un geriátrico situado en una ciudad española, y por supuesto descansar definitivamente, todavía no sabía dónde ni cómo. Le prometí con toda seguridad que no tendría la necesidad de andar por ahí ofendiendo la memoria de ningún escritor luciendo su traje blanco y su pistola de asesino. El color del “Gusano” comenzó a cambiar hacia el negro, a recordar un pasado de conserje en el Ministerio de Agricultura y a oler a gasolina. Sentí entonces todo el peso de una responsabilidad que al fin y al cabo no me correspondía.
José Miguel López-Astilleros
Buenas tardes, Larpaper, traducción inglesa popular de Larsipapel, horrenda traducción a su vez de Celular, corrupción y metátesis regresiva estrambótica de Larcelusosa, cuyo origen se pierde en los ayuntamientos carnales entre la carne de árbol y los traperos zombis, que solían esconderse dentro de los huecos podridos de los chopos centenarios, en los parques calcinados de las afueras del planeta, junto a la estratosfera de las bibliotecas del olvido y el ensueño. Aquí tienes este texto que, ahora debida y ligeramente retocado, envié en su día a una amiga hace mucho tiempo, ella probablemente jamás sepa que el final del mismo dio origen a un cuento inédito de varias páginas, aunque eso es una historia de destrucción y libros que a nadie importa.
Saludos de un ausente de las estanterías de la infamia por no frecuentar esa sublime categoría.
JM
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