2 de enero de 2015

Las malas compañías



El Rastro, invierno de 2014. Foto del Cronista de Indias





Una jauría de perros nos esperaba en el Rastro. Gromov, el señor de las bestias, ensayó un silbo gomero, aprendido en un libro que le dejó el Amanuense, y los ladridos cesaron al alejarse los animales  a la orilla del río.
Esta mañana el ruso arrastraba un pesar por el espejo Art déco que rompió, en su afán bibliófilo, en la tienda de antigüedades de Cantareros. No le tranquilizaba ni la infusión de hierba luisa que le dio el anticuario para sortear la maldición de los siete años de mala suerte.

En Reto nos encontramos con Leo Garduña y su poleskine Gucci  donde ya tenía esbozadas siete razones para no leer a Bonilla (el post se llamará Desmontando a JB, siguiendo una sugerencia del cinéfilo Larsen). El polaco le animaba a seguir con sus playmates bibliotecarias, una forma de cultivar el landismo de chico de EGB.
A la llegada del Amanuense, el cronista de indias, todo fueron parabienes por su historia del políglota de la Legión. Solamente el estepario le ponía reparos a las fuentes poco fidedignas en las que se basaba el relato. Le pidió la bibliografía para consultarla.
"¡Terra nullius! ¡No está la magdalena para los capitanes!", gritaba  el Ilustrado a su llegada a la nave de Orozco. "Baja la voz y ten cuidado que está el Pegatinas montando el puesto y nos tiene fichados", prudentemente nos avisó Tinofc.
En las cajas aparecieron algunos restos del incendio de la Casa de Cultura de Sahagún. La sección de poesía se la llevó el pirómano del trapero.

De camino a la volatería nos fuimos encontrando con todos los santos inocentes que sobreviven en este estercolero. Desfilaban el Conde de Lucanor con un libro del Santo Grial en sus mano de templario, el Eskizo con su bolsa de Deuvedés, el Dr. Mabuse y sus historias insólitas donde un brebaje crecepelo se prueba en ratones peludos, el Caballero de los sábados (así lo llamaba la librera del Camino de Santiago) con su abrigo de corte y confección de Textiles Fruela, el corredor de seguros de Alejandría, el banquero desahuciado, el mayor coleccionista de Esfinges Maragatas, el taxista al que Gromov le rompió el retrovisor  y que le llevó al concesionario para que comprarse uno ("tuvo la cortesía de no cobrarme el viaje"), la madre y la tía del ruso que buscaban a Garcilaso, y el falangista Macario y sus sentencias: "con las novelas no aprendes nada".

En la furgodesván toda la mercancía estaba tapada con un plástico que soportaba como podía el granizo Frizzante. El vecino del Ultraísta tiró unos libros sobre una persianera y los buitres olieron carne fresca. Bombita, el soltero de oro, espoleaba al chamarilero alertándolo de que tuviese cuidado con esas rara avis in terra; El vendedor se enzarzó con Gromov porque revoloteaba por el puesto con unos libros debajo del brazo, y temía que en cuanto se despistase, el estepario se esfumase. El ruso se enfadó y tiró los libros al montón; en una esquina el Amanuense y Bombita se reían como lindo pulgoso. "Ésta os la guardo",  dijo y se fue.
La ventisca levantó el toldo y nos empujó fuera del paseo la Guinda. El polaco, como un pasajero modernista, nos deseó un feliz año ultramarino en el que, por fin, completemos los libros que nos faltan en nuestra biblioteca. (Que así sea).

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