12 de enero de 2015

Nombres Propios



Ayer, en el mercadillo dominical, me compré el penúltimo libro de refritos de Luis Alberto de Cuenca, a quien siempre leo con gusto. Penúltimo porque, al ritmo que los saca, el último debe de estar ya en las prensas. Me estoy refiriendo a las reseñas literarias de suplementos culturales, prólogos y demás paratextos que el exdirector de la Biblioteca Nacional recopila y publica periódicamente, siempre en editoriales distintas. Rebuscando por aquí y por allá he podido hacerme, casi siempre de segunda mano, con bastantes de dichos centones (cito de memoria, aunque no exhaustiva ni cronológicamente): El Héroe y sus Máscaras, Museo, Álbum de Lecturas, Baldosas Amarillas, Libros contra el Aburrimiento y ahora también Nombres Propios. Por cierto, que esto de traer a colación todos los libros de la biblioteca propia relacionados con el que se trata me lo ha pegado el interfecto. Y al constatar la variedad de sus intereses, pienso (como él mismo dijo una vez de Javier Coma) que lo que este Cowboy de Media Noche suplente pretende es ser, más que un autor, una literatura…

Me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Así que vuelvo al libro que me ocupa, publicado por la Universidad de Valladolid como número 7 de la colección renglónseguido [sic]. Su lectura me deparó una amena tarde y una curiosa sorpresa. Al revisar el copyright (cosa que siempre hago lo primero de todo) leo: “diseño y fotografía de cubierta de Juan Bonilla”, autor a su vez antologado en el volumen 3 de la misma colección, que tengo también ahora entre mis manos (vaya, ya se me ha escapado otra coletilla deconquense). En el frontis de éste último, titulado La Plaza del Mundo y también maquetado por el jerezano (¿será acaso Bonilla el portadista de toda la colección?) unos cuantos turistas a contraluz fotografían y alimentan a las numerosísimas palomas de una plaza pública. Pero, para el que encabeza estas líneas se nos escapa qué relación hay entre el continente, un difuso botellerío enmarcado por ese morado pseudo-castellano-leonés (¿acaso porque la Junta patrocina la edición?) y el variopinto contenido: los textos del ubicuo y omnisciente investigador del CSIC. 

Leo Garduña

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