29 de enero de 2015

Una hoguera en el pecho y un corazón en invierno



Me gusta cuando los vendedores encienden sus hogueras (Gromov)
La hoguera es parte del pasado; ahora, ya estufa de butano (Larsen)

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G-   ¿Me lo has traído?

L-  Sí, lo tengo en el maletero; luego te lo paso. Pero antes de llevártelo, tendrás que firmarme un papel de que te lo presto.

G-  ¡Venga hombre!  Entre nosotros eso no hace falta.

L-  Es por si la diñas y aún no me lo has devuelto. Para poder  reclamarlo.

G-   Joder, no lo dirás en serio.

L-    Yo con estas cosas no bromeo.

G- Vale, supongamos que la palmo y no hay constancia del préstamo. En esa eventualidad: ¿Qué sentirías más? ¿Perder tu libro o haber perdido a un amigo?

L-  Efectivamente, el libro es  mío; pero lo de que seamos amigos lo dices tú.

G-    Eres como el director de orquesta Harnoncourt, que una vez le preguntaron qué haría si dependiera de él: si salvar un hombre o una sinfonía de Mozart. Y adivina lo que eligió, montando un gran revuelo.

L-     Me lo imagino. El ser humano está sobrevalorado.

G-    Pero es que tu caso es aún más grave, porque ya no se trata de una obra, sino de un puto ejemplar.

L-   Tengo más relación con algunos libros de mi biblioteca que con mucha gente que me cruzo y saludo diariamente. Y a ti, que te veo como mucho cada dos semanas, te concederé la categoría de “conocido”.

G-    ¿Es eso lo que piensas de mí?

L-     Yo no pienso en ti.

G-  Tú sí que das qué pensar: ya no sé si tu proverbial mala hostia es natural o impostada.

L-    Pues piensa mal y acertarás.
[Spasavic]

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