1 de junio de 2013

Las malas compañías



El Rastro, primavera del 2013





Cuando llegamos a Reto, a Ridruejo, el capitán de Requetés, le habían puesto una orden de alejamiento para así facilitar la descarga de la furgoneta. El Enciclopedista llegaba del sur con varias bolsas de reciclaje, esperando tener una mañana próspera. Dio un repaso a la mercancía y sólo pudo decir: "Vaya penuria. Todos son libros de medicina interna, derecho y bestsellers". Le perdonamos tanta tristeza. Larsen le tiró un capote jacobino hablándole de la instalación artística (Los cimientos volubles), que había dado cobijo su Facultad. "Cuánta madera para pasar el invierno en tu casa de Mansilla". Como buen Ilustrado, bajo la protección de la diosa Razón, no entró al trapo.
Nos fuimos con las manos vacías con el consuelo de los días de abundancia.
En el Desguace había un despliegue policial de serie americana. Gracias a nuestro contacto, el Doctor Mabuse Arenas pudimos saber que un comandante de la guardia civil había reconocido entre tanta despojo su vajilla de Sagrés para las fiestas de guardar, robada esta semana. El comisario de policía indignado se dirigía a los Ultramarinos desahogándose: "Si por cuatro cacharros montamos este cirio, esto va acabar en una revuelta popular. No está el horno para bollos". La chamarilera antes de subirla al furgón se quejaba, "Los que más roban están todavía en la calle". El respetable aplaudió estas palabras llenas de la sabiduría amarga del suburbio.
Esta semana cambiamos las cajas de la licorería por las cajas del taller de prensa del ABC. Entre tanto papel amarillento (El malicioso Tinofc quiso sacar su Zippo para calentar el ambiente y un sensato jubilado se lo impidió), promesas de un tiempo pasado, (para algunos de los que estaban allí), mejor que éste,  aparecían filminas y algún deslomado y polvoriento libro. Tanto los ultramarinos como un pendenciero Ridruejo buscaban su sitio, su pole position, para tener ventaja sobre los rivales. Empezaron los empujes y el buitre de División Azul amenazó con sacar la cheira. Gracias a la tranquilidad y al humor del Pescador que le  espetó "te mueves más que una puta", el alboroto cerril no fue a más.
Allí les dejamos y avanzamos por el Danubio hasta la esquina de los desamparados donde el huidizo Ocramalliv se encontró con El librero de Kabul y las Memorias perdidas de A. G. Larsen renovó una edición Faulkner en Cantareros Street .
Hacía tiempo que no nos encontrabamos, en la era del whatsapp, con las diosas del celuloide. Un baboso barojiano nos animaba a arrastrearnos por el suelo y tocar las carátulas de Yasmina, Joselyn, Brenda... Ni los exóticos nombre ni el atractivo diseño encendió la desidía de la mañana.
Revisitando clásicos de nuestra juventud, en el Arroyo apareció una maleta de cintas de casete pidiendo a gritos una parada nostálgica. Allí Moustaki susurraba Le metéque, Serrat, "la nena vale, la nena estudia danza moderna y declamación". A el polaco Ocramalliv se le encendió el piloto automático ante una cinta de la CCCP (puro constructivismo ruso) y rememoró sus lecturas soviéticas, sobre todo a Mayakovski, en la cascada de Nocedo.
En el Tendido 7 un desequilibrado Larsen fotografiaba al decano del Rastro prometiéndole la gloria efímera de la farándula.
De camino nos paramos en el Campanario de Boris intrigados por la paz monástica y por su colección de novela rosa que se vendía como los churros de Santa Ana. Decidimos revolver un saco ante la mirada perezosa de Tinofc que vigilaba al sacristán, no sea que le diese los temidos ataques de histeria. Todo fue un espejismo. Entre amores desdichados, cruzadas en busca del Santo Grial y asesinatos del amante de la portera se desvaneció la poca esperanza de encontrar la pócima de la eternidad.
En un descuido, el Trapero tropezó con El agente de su Majestad de David Shahar (Galaxia Gutenberg), un retrato  de la historia de Israel desde los años treinta hasta la guerra del Yom Kipur. "Tengo que pedir informes sobre esta novela a mi amigo, el semita A. Novak , primo de M. Monmany".              
Volvimos al Paseo La guinda recordando al discreto Gromov que  creemos que ya se ha ido a Laponia con una beca de Erasmus. El Editor de Labici nos hablaba del último diario Miseria y compañía del Leopardi de Manzaneda. Tanto empalago familiar le resultaba cansino. Se podrían haber quedado en la Villa Godi de Palladio.
También nos comentó su última lectura de los Diarios de M. Ordóñez y de V. Folch. Vemos que se está echando a perder, desde que no sabe nada S. Ostiz, con tanto EGO insulso de nuestros críticos literarios.
Tinofc se defendía con la disculpa habitual "me los han regalado". Para desviar la atención nos habló de las mejores novelas del Siglo que había elegido el periódico ABC con la inestimable ayuda de unos cuantos escritores. Todo un ejercicio de amistad. Ganaron los que más amigos tenían. "¡Qué pena  de crematorio para tanto chivo!",  dijo con sorna la Fiera literaria.
Entre unos calcetines de Vila Matas y pañuelos de Lorca encontramos unos libros del panfleto Público. Los escritores volvían del Exilio de la guerra para hablarnos del olvido y la pena. Sus portadas nos cautivaron, pero por una vez no escuchamos el canto de las sirenas. Un espontáneo nos invitó a visitar la librería Rubí (Oteruelo), que tiene una franquicia en el Rastro con las existencias más trilladas que las eras de Castrillo de las Piedras.
Cuando dieron las once en el reloj de la Audiencia, Larsen se fue a su zaquizamí. Con su catálogo de Ediciones Ultramarinos desapareció el Editor de Labici, coleccionista de papeles y otros avisos. El resto de la tropa ultramarina se habían quedado con la copla y esperaban unas cajas del fondo de cultura de la Diputación. Patientia vincit omnia.





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