22 de noviembre de 2013

Las malas compañías


El Rastro, otoño del 2013



En Reto nos habían preparado una sala de espera con dos sillones de Ikea y una lámpara (todavía era de noche) sin enchufar. Después de hacer la batida, Tinofc, cansado de esperar a Larsen, se sentó a mirar las ilustraciones de Arroyo del Ulises. El Trapero buceaba por el subsuelo buscando cintas de la Rueca, hilaba e hilaba como una Penélope de saldo pero no encontraba nada. Hoy no estaba la magdalena para los capitanes según las palabras del Ilustrado.
De camino a la Cacharrería, el Polaco nos hablaba maravillas del último disco de los Burning, Pureza de sangre; siente devoción por estos grupos que sobrevieron al desguace de los ochenta. Todavía escucha en vinilo El fin de una década, comprado en sus años perdidos, aunque todavía no se ha encontrado.
En el delta del Danubio un renovado Michi chalequines le susurraba al oído al Trapero: "Estos libros (Memorias de Asimov y Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno) te los guardaba para ti, que tienes cara de leer estas cosas.
Bajando al Arroyo aparecieron con cara de frío Bombita y el Catalogovejero, muy desmejorado por la afonía; éste animó a Tinofc a que contase la aventura del día anterior en Cadórniga.  El Polaco encendió un celta y con su tono de carajillo empezó: "Resulta que apareció un saco de cachivaches y, uno del respetable, aseguraba que no eran más que masadas. Todos se quedaron confusos al escuchar la palabra (todavía no había llegado el docto Spasavic, desentrañador de palabras). Gracias a un atento Amanuense todo se aclaró: se refería a Maxi, el anticuario prebarojiano, toda una leyenda de la chamarilería apagada por una memoria carcomida por la vida.
En la Escombrera catalana de Palermo nos dimos al vicio de lo barato. Unos llenaban la bolsa para su suegra, otros, para Industrias y andanzas, y la tienda ultramarina. Larsen se arrastraba entre la marea de libros y cada poco era interrumpido por Gromov para que le fotografiase portadas del  zoo particular.
En un momento se arremolinaron al ruido el Amanuense, el Doctor Mabuse, con las fotos de su pinacoteca privada del pintor Primitivo, y el Crítico taurino. Éste nos invitó a su exposición Arqueología Literaria que se inaguraba esta semana en la Fundación Zanetti;  Mientras nos explicaba los entresijos de los documentos que iba a exponer, el mendicante Gromov le pidió si le podría hacer una fotocopia de una carta de Cernuda y una foto de la oca que había comprado en el Rastro. El Taurino empezó a desgranar un rosario de desgracias: le habían robado la cámara de fotos y el móvil. El Ruso se dio cuenta, con tristeza, que si quería ver algo tendría que ir a la exposición.
En el tendido 7, Rafa y su hijo descargaban la furgo con música  discotequera. No habían llegado las cajas al suelo y ya los buitres habian picoteado toda la mercancía. Todo quedó revuelto como un botellón universitario. Entre las ruinas de Loynaz, la bestia parda de Gromov se encontró un zodíaco romano y con la picardía de un monipodio de Barrio le pagó al hijo, sabiendo que el precio sería menor; Rafa abroncó al hijo por el trato y le rogó que esa tarea se la dejase a él. "¡ No te enfades Rafa, está bien tasado!", dixit el Ruso quedándose tan pancho. Las últimas palabras que le escuchamos, mientras se alejaba a buscar a su padre, eran que esta tarde en el tren, camino de la ciudad impar, descifraría el horóscopo latino.
En el Desengaño conversaban el Decano del Rastro y Demóstenes, al vernos el orador empezó a recitar con movimientos oscilantes La flor del Gnido de Garcilaso: "Por ti, como solía / del áspero caballo no corrige / la furia y  gallardía / no con freno la rige / no con vivas espuelas ya le aflige. Toda una lección de surrealismo, que bien podría estar en La antología de humor negro de Breton.
"Sabes porque los Presocráticos escribían fragmentos", le preguntó Larsen a Ocramalliv, éste, gran lector fragmentario, le contestó emulando al docto Spasavic: "Que porque vivían entre ruinas". Poco pero bien hilado.
En mitad del camino nos paró Vitrubio Vinilo para enseñarnos un single de un trompetista verbenero y una jarra para regar los claveles que tenía en la ventana. Nos preguntó por Ridruejo, ya que hacía mucho tiempo que no lo veía; aunque no estaba preocupado (más vale cien volando que el Pájaro en el Rastro), temía que formase ya parte del monumento de los Héroes de la División Azul.
El Polaco nos contó la penúltima historia de la mañana antes de ir al viudario solidario del Nuevo Recreo Industrial. "Estaba en la librería Galatea hojeando una bella edición del Hangar vacío de Llop, cuando entró el pintor Arroyo que buscaba un libro sobre un boxeador de Detroit. Mientras el artista rebuscaba en la alacena,  el librero empezó a rajar sobre la portada de un libro de Juan Goytisolo ilustrado por el madrileño: Has visto que manera de estropear este libro con estos garabatos, a este pintamonas le mandaba a trabajar a la Feve. El pintor con la discreción con la que entró se fue. Como buen lector Del arte de la prudencia de Gracián no quise abrir el pico por si las moscas".
La mañana no daba para más. Volvimos a ver a Gromov, ausente, enredado con una bola de madera, buscando la consolación del acertijo.
Sabiendo, como escribió el poeta, que los mejores días de la vida siempre están por llegar, nos fuimos por donde vinimos.




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