22 de noviembre de 2013

Traducción plagiaria


 Dos ediciones de una obra que, por desgracia, no está en nuestra biblioteca



La sencillez de la técnica plagiaria para traducir es aplastante: todo su secreto reside en sustituir, modificar o suprimir algún que otro término de una traducción anterior. Brindo la receta a quien desee ganarse la vida con este oficio:


Tómese una traducción, añeja a ser posible, de una obra cualquiera; prescíndase, por supuesto, del original; tómese también, si el propio ingenio no da para más, un adecuado diccionario español de sinónimos; táchese alguna palabra sólo de vez en cuando, o bien sustitúyase por la que el diccionario proporciona (ocurrió / sucedió, seguir / proseguir, etc.); pásese a máquina la nueva traducción y preséntese a la editorial.


Para traducir así —ya lo decía Diderot en Las alhajas indiscretas— no es necesario saber un idioma extranjero. Basta con el propio. Al fin y al cabo, el plagio tampoco precisa de demasiadas luces.

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Julio César Santoyo, antiguo rector de la Universidad de León, es el autor de esta diatriba que ya tiene unos añitos ("pásese a máquina la nueva traducción"). Hoy en día, con las herramientas de idioma de Google y de los editores de texto, los corta-pega y un poco de imaginación, uno traduce lo que se le ponga por delante.
[Spasavic, poseedor del don de lenguas sin pasar por Pentecostés]  

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