3 de noviembre de 2013

Mortisaga en el cementerio de los iconoclastas






MORTISAGA EN EL CEMENTERIO DE LOS ICONOCLASTAS

15
OXÍMORON

Nunca pensé que el vacío pudiera estar tan lleno, a pesar de que los escarabajos no entendemos de retórica: paradojas, antítesis u oxímoros. Lo descubrí, para sorpresa mía, una tarde que espantaba la resaca de El último trago, de Adam Bottelfire, la historia de un científico loco que consigue destilar un whisky, cuya propiedad más sobresaliente es regenerar el hígado a la vez que lo degrada, de modo que consigue pasarse parte de su vida felizmente ebrio sin riesgos para su salud, hasta que la muerte por cirrosis de una de sus ex amantes lo llena de melancolía, y se da cuenta de que desde que toma tal brebaje, así llamaba a su invento, su creatividad y su locura habían desaparecido, por tanto concluye que la destrucción va íntimamente ligada a ambas, sin las cuales su vida no tiene sentido, decide, así, destruir la fórmula e inmolarse en los altares de santa dipsómana, con el alma lúcida y plena, muerte que da vida, y esta a su vez muerte… hasta su definitiva consumación. Pero a lo que iba, que nos distraemos con bagatelas, todavía con los vapores etílicos del bourbon de Forester en mis neuronas más humanas, me acerqué tambaleando sobre la alfombra de rafia a una pequeña agenda del año 1970, que se había despeñado desde el escritorio, seguramente de manera accidental, y había quedado abierta por la mitad, aunque por la persistencia de quedarse en semejante postura, se diría que había permanecido de par en par durante mucho tiempo por  voluntad de su propietario. Me asomé a su interior, no con intención de probar su sabor insulso, sino por curiosidad rutinaria. En las dos páginas visibles había escrito algo a mano, lo supe por los trazos irregulares respecto a la letra impresa, conjeturé que había sido escrito por mi anfitrión, ya que no conocía su letra personal, que para mí representaba una novedad, o eso creo, porque seguro, seguro no estoy ni de la sustancia de mis recuerdos, excrecencias de un pasado exclusivamente instintivo. Y cómo no, las leí sin necesidad de atiborrarme de fechas ya inertes. En la de la izquierda:

Genaro Barchino--------------------Ventiladores insomnes 12-03-1998-----------D.
Venancio Moreto-------------------Lágrimas blancas 23-06-1998
Tarsicio Carballo-------------------Ácido fénico 6-02-1999--------------------------D.
Mariola Santos----------------------Cuentos desalmados 7-02-1999----------------D.
Carlos Betsalú----------------------Celebración de la enfermedad 28-12-1999
Federico Pollán---------------------Bandera de mártires 31-01-1999

Y en la de de la derecha:

Bernardo Castro--------------------Cantos sin himnos 7-09-1999
Edelmiro Manjón-------------------Suave es tu sexo 25-11-2000-------------------D.
Roberto Cerezo---------------------Cerezas en otoño 12-08-2000
Juana Castrillón---------------------Rimas de Tánger 22-09-2000
Raimunda de la Flor----------------Filosofía vulgar 05-10-2000
John Ackerman---------------------Gramática para extranjeros 16-05-2001------D.

Me costó averiguar que aquellos nombres no pertenecían a los autores de los libros mencionados, hasta que encontré uno de los títulos y vi que su autor no se correspondía con el de la agenda, y así sucesivamente, hasta completar los cinco que tenían la abreviatura «D.». Los demás me fue imposible hallarlos. Me pregunté por el significado de aquellas listas tan extrañas, que se extendían desde el mes de enero hasta el mes de diciembre, a cinco o seis por página, aunque las fechas consignadas no se correspondieran con su mes ni con ese año. No cabía otra posibilidad de que se tratara de libros prestados. Por eso a los devueltos les había puesto una D. al final y los otros carecían de ella, así lograba controlar los estragos y devoluciones. Me asombró la generosidad del prestamista ilustrado por la cantidad de ellos que no había recuperado. Eso me llevó a la reflexión de que una biblioteca se compone también de los libros ausentes, que siguen ocupando un vacío lleno en la mente de quien los echa de menos. 

José Miguel López-Astilleros

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