15 de septiembre de 2014

El brote





El brote

Ayer fue un día magnífico, igual que el anterior. Hoy presiento que también va a ser un buen día. Los mejores desde que estoy aquí, en esta bonita isla de palmeras, arena y lava. Fue buena idea venir tan pronto a la playa, a estas horas apenas hay gente. Esta tranquilidad sosiega el alma y tonifica el cuerpo. Me encanta esta templada brisa que recorre toda mi piel, la fresca arena que acarician mis manos, la blanca espuma que forman las olas al morir en mis pies. Me embelesan el sol tempranero acariciando mis párpados y el aroma yodado al salpicar mi cuerpo las últimas gotas que arrojan las olas al romper. Descanso la vista descubriendo allá a lo lejos el maridaje de agua y cielo, rasgado de cuando en cuando por parsimoniosos veleros que se hacen a la mar. Miro los caprichosos algodones que salpican aquí y allá el azul celeste, los miro encandilado, oponiéndose a su pausado caminar, errantes gaviotas que haciendo mil cabriolas se precipitan en la mar. Sí, hoy va a ser un gran día, como lo fue ayer y como lo fue anteayer. Con quién tendría yo que hablar que me dejara aquí tumbado en la arena, feliz, para siempre junto al mar… Hoy llevo tres días sin tomar las pastillas, esas amodorran mi pensamiento y perturban mi espíritu.

¡Ah Margarita si me vieras ahora henchido de felicidad! Ojalá estuvieras aquí, con tu pulcro uniforme blanco, mirando conmigo al mar. Tú, que tanto te preocupas por mi bienestar, le dirías al bueno del doctor Arencibia que no necesito sus pastillas, que ya puedo gozar de total libertad. Os agradezco vuestros desvelos, pero ya ves, Margarita no necesito la paliperidona, ni tampoco el lorazepan para dormir, dormir, dormir…

¡¡Qué calor!!

¡Qué calor!, esto es el infierno de Dante. Esta brisa que me abrasa la piel, el sol que deseca mis ojos. Mis ojos, noto que mis ojos se están hinchando con este calor infernal, casi no caben en mis cuencas, pujan por salir antes de estallar. Qué son esos graznidos que taladran mis tímpanos. ¡Ah!, son esos deleznables pajarracos que revolotean sobre mi cabeza, los maldigo. Maldigo a todos los que me rodean, no aguanto a toda esta gente horrorosa, ¿de dónde han salido? ¿por qué me miran así? ¿por qué hablan tan alto? ¿por qué gritan y chillan así, por qué alborotan tanto? Por Dios, no aguanto más. ¡Eh!, qué impactó sobre mi cabeza. Lo vi llegar, enorme globo diabólico, monstruosos colores voladores, pero no pude esquivarlo a tiempo, me atacó y se fue dejando mi cara cubierta por esta arena asquerosa, pegadiza que lacera mi piel. Me levanto pero me quemo los pies, quién arrojó ascuas a mi alrededor. Corro hacia las aguas revueltas, llenas de espumarajos hediondos, busco alivio para mis quemaduras, pero qué son esos repugnantes filamentos verdosos flotantes que me rodean y se pegan a mi cuerpo… ¡Ahgg! Qué asco, noto cómo me chupan la sangre, por Dios, que alguien me los quite…Pero, quién me sujeta, quién me inmoviliza, no puedo respirar… estos brazos peludos, simiescos aplastan mi pecho, me roban el aire, no puedo respirar. Serán Tritones que envía Neptuno, me han tomado como rehén. Me atan, me arrastran sobre estas ascuas que me arrebatan a jirones la piel. Dónde me han subido, qué es esto, un ara. No, se mueve. Dónde me llevan. Sólo puedo gritar. Qué son esas luces que centellean al fondo… son ojos que me miran fijamente, ojos destellantes, rojos y amarillos. Son los ojos de la bestia. Me llevan hacia la bestia, al sacrificio, sólo puedo gritar. ¡¡Socorro!! ¡¡Auxilio!! La bestia saca su lengua escamosa, me encaminan hacia ella, a la inmolación, no me puedo mover, sólo gritar… sí,  puedo mover las piernas… puedo… demasiado tarde, me atrapa la repelente lengua, demasiado tarde…como Jonás, como Jonás …

- Pobre hombre, qué le pasaría. Cuando llegamos ya estaba ahí tumbado, tranquilamente al sol.

- ¿No sabes quién es? Es el del C, mi vecino. Es un peninsular, del norte, creo. Sabía que era un tipo raro, pero no pensé que diera para tanto.

- Pues vaya vecino que tienes Pino.

- Hace unos días vino a mi apartamento y me dijo que si le dejaba coger un poco de césped del jardín. Venía descalzo, con las chanclas en una mano y con un frasco de pegamento en la otra, y a que no sabes para qué lo quería: para tapizar las chanclas por dentro. Decía que sentía nostalgia de su tierra, que aquí estaba muy bien, pero que quería sentir su tierra, la hierba bajo los pies.

- No me digas.

- Sí, como te lo cuento Guayarmina. Allí estuvo pegando el césped. Cuando estuvieron las chanclas tapizadas se las calzó y se fue tan contento.

- ¿Y a qué se dedica ese hombre? 

- No sé muy bien. Ayer mismo estuve en su apartamento, fui a entregarle un sobre que me trajo equivocado el cartero. Era para él. Fue muy amable, me dijo que pasara, estaba leyendo un libro. Tiene todo el apartamento lleno de libros, todos revueltos, ¡Jesús cuántos libros! Me dijo que se pasa el día escribiendo y leyendo y que los ratos libres se los pasa pensando.

- Pues cómo se puso. Estaba alteradísimo y para remate el balonazo que le dio tu niño en la cabeza, pero no era para tanto, es un balón de plástico. Mira el pobre niño, qué susto tiene todavía en el cuerpo. 

- Ya, pero eso es que estaba mal, por eso reaccionaría así.

- ¡Y cómo se puso cuando lo cogieron los camilleros!

- Si, pero lo peor fue cuando lo subieron al pobre por la rampa de la ambulancia, ¡qué gritos daba!, y cuando se soltaron las correas de las piernas ¡cómo pataleaba! No sé qué decía, algo sobre un tal Jonás. 

- ¿Escribiendo, leyendo y pensando?, Jesús, es que tiene que haber gente pa todo

- Y en todos los sitios Guayarmina, en todos los sitios.


El Amanuense



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