13 de octubre de 2014

Las malas compañías



El Rastro, otoño de 2014



No había cantado el gallo de la veleta  y ya tenía Gromov entre las manos el diccionario de Casares que habían sacado de una maleta ochentera. A su lado el trapero esperaba con la paciencia  de la raposa al momento del regateo, el talón de Aquiles de este Homero del delta.
Michichalequines limpiaba, con mimo y con vapor de alfalfa, unos vinilos de Cantareros mientras Marilyn colgaba del  tendedero un abrigo de astracán.

En el tendido 7 el ruso le dijo a Rafa que tirase unos libros mientras abrían Reto.”Todos me los llevó el maletilla bombita. El chico le mandó un guasá; vino y escapó con el resto”. “Me joden los clientes preferentes”, protestó Gromov.
La hija del señor de los dos mil kilos de libros nos invitó a visitar su almacén a 50 céntimos el libro, con esos precios ni nos molestamos en pedirle la dirección, con los días llegarán a este sumidero.
Hasta que no llegamos al arroyo Tinofc no abrío la boca para comentarnos la cuenta de la abuela que le había hecho el gitano, seis libros a tres euros en total ocho euros. Lo que la ignorancia quita a una mano otra se lo lleva.

Apareció en la farola de Corrientes el poeta de la intemperie. Con su pose de bibliotecario de la Colegiata nos habló de sus últimas lecturas: los Diarios de Torga y El sueño de los héroes de Bioy Casares. Nos interrumpió el primo del Rayas echándonos de allí porque no dejábamos ver el género a la gente.
De camino al desengaño Gromov sacó de su bolsa limosnera su librito Bestiario del Rastro y empezó a pedirle consejo sobre la tipografía al editor malabia; éste, ya un poco cansado, le pasaba la patata al editor de Labici que se reía al ver entre las páginas la especie protegida del pardillo.
El estepario quería que el polaco le hiciese el prólogo a su tratado científico. En un momento esbozó unas palabras breves: ”Si ya leíste este prólogo, paciente lector, no pierdas más el tiempo con el resto”. No contento con las sabias palabras del polaco sugería que ya que la colección era la Garduña, bien podría hacerlo el cuervo. "Déjalo estar que el córvido esta esquinado con otro prólogo”, aclaró el sensato Larsen.

Se nos unió el amanuense con su recetario monástico: un tajín de pollo, una patatas a la importancia y unas filloas. A su lado el docto Spasavic, el rey del taper, salibaba y rogaba a Zeus que callase que no había desayunado. Tinofc, que gasta menos aceite salteando unas verduritas que palabras en una conversación ultramarina, se despidió porque había quedado con el galateo, antes nos hizo un panegírico de la mejor poesía del siglo XX: La polaca.
El Margariteño se quejaba en la furgodesván de que no había comprado nada esa mañana, y el ultraísta le consolaba  con estas palabras:”yo tampoco he vendido nada”. “Cuando quieras vender ya estarán llegando los barrenderos.”, le soltó el  Cajetilla de Torre.
Como una lapa se le pegó el ruso a Larsen en su viaje a la churrería. Con el berciano dejamos al escribano de Toral, contando sus aventuras de juventud a dos señoras que preguntaban por el libro de Jorge Javier Vázquez.
“En una librería de Salamanca me conseguía un amigo a mano cambiada los cómics del teniente Blueberry y en el Simago las latas de mejillones y atún para el bocadillo. Sí, señoras, no exagero, si estuviera aquí el polaco le podría decir que por aquella época comprábamos los libros por maletas y a precios de casquería…”



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