17 de octubre de 2014

Orwell, Ucrania y las bestias (y II)





Conclusión del prólogo de Orwell a la edición ucraniana 
de Animal Farm (1947)


Aquí debo pararme a explicar mi actitud hacia el régimen soviético. Nunca he visitado Rusia, y mi conocimiento de este país consiste en lo que puede saberse por la lectura de libros y periódicos. Aunque tuviese el poder necesario, no desearía inmiscuirme en los asuntos internos soviéticos: no condenaría a Stalin y a sus colaboradores sólo por sus métodos bárbaros y antidemocráticos. Es muy posible que, aun con la mejor de las intenciones, no hayan podido actuar en otro modo dadas las circunstancias de su país.

En cambio, considero de la mayor importancia que en la Europa occidental se tenga una idea exacta de lo que es el régimen soviético. Desde 1930, pocas cosas me hacen creer que la URSS esté avanzando hacia nada que pueda honestamente llamarse socialismo. Por el contrario, me han llamado la atención indicios claros de su transformación en una sociedad jerárquica, en la que los dirigentes no tienen más razones para abandonar su poder que cualquier otra clase dirigente. Además, los obreros y los intelectuales de un país como Inglaterra no pueden comprender que la URSS de hoy es del todo diferente a lo que era en 1917. Ello se debe, en parte, a que no quieren comprenderlo (porque quieren creer que en algún lugar existe realmente un país socialista), y en parte a que el totalitarismo es algo que les resulta del todo incomprensible, por estar acostumbrados a una relativa libertad y moderación en la vida pública.

Pero hay que recordar que Inglaterra no es completamente democrática. Es también un país capitalista con grandes privilegios de clase y (incluso ahora, después de una guerra que ha tendido a equiparar a todo el mundo) con grandes diferencias económicas. Pero, con todo, es un país cuyos habitantes han convivido durante siglos sin conocer la guerra civil, en el que las leyes son relativamente justas y las noticias y estadísticas oficiales pueden ser creídas casi invariablemente, y en el cual, cosa importante, el albergar y expresar opiniones minoritarias no implica peligro de la vida. En un ambiente así, el hombre de la calle no tiene una idea real de lo que son cosas como los campos de concentración, las deportaciones masivas, las detenciones sin juicio, la censura de prensa, etc. Todo lo que lee sobre un país como la URSS lo traduce automáticamente a términos ingleses, y acepta con toda inocencia las mentiras de la propaganda totalitaria. Hasta 1939, e incluso después, la mayoría del pueblo inglés fue incapaz de comprender la verdadera naturaleza de régimen nazi en Alemania, y ahora, con el régimen soviético, sufren aún, en buena medida, el mismo tiempo de ilusión.

Esto ha causado un gran daño al movimiento socialista inglés, y ha tenido consecuencias graves para la política exterior inglesa. En mi opinión, nada ha contribuido tanto a la corrupción de la idea original de socialismo como la creencia de que Rusia es un país socialista y de que todo acto de sus dirigentes debe ser excusado, cuando no imitado. A mi regreso de España se me ocurrió la posibilidad de denunciar el mito soviético en una narración que pudiese ser atendida por casi todo el mundo y que pudiese ser fácilmente traducida a otros idiomas. Pero, durante algún tiempo, no se me ocurrían los detalles concretos de la historia, hasta que un día (yo vivía por entonces en un pueblo pesquero) vi a un niño de unos diez años que conducía, desde un carro, a un enorme caballo por un camino estrecho y le daba de latigazos cada vez que el animal intentaba volverse. Pensé que, si los animales como aquél se hiciese un día conscientes de su fuerza, no tendríamos poder alguno sobre ellos, y que el hombre explota a los animales de una forma muy parecida a como los ricos explotan al proletariado.

Pasé a analizar la teoría de Marx desde el punto de vista de los animales. Para éstos estaba claro que el concepto de lucha de clases entre los humanos era pura ilusión, ya que cuando era necesario explotar a los animales todos los humanos se unían contra ellos: la verdadera lucha es la que se produce entre los animales y los humanos. Partiendo de este punto, no me fue difícil desarrollar la historia. No la escribí hasta 1943, pues siempre estaba ocupado en otros trabajos que no me dejaban tiempo, y al final incluí en el libro algunos acontecimientos que ocurrieron mientras escribía, como por ejemplo la Conferencia de Teherán. Así pues, tuve en la mente el esquema del libro durante un período de seis años antes de escribirlo.

No deseo hacer comentario alguno sobre la obra; si no habla por sí misma, es una empresa fracasada. Pero quisiera recalcar dos cosas: la primera, que aunque los distintos episodios están tomados de la historia verdadera de la revolución rusa, están representados esquemáticamente y se ha cambiado su orden cronológico; esto fue necesario para la simetría de la narración. La segunda no ha sido observada por la mayoría de los críticos, quizá porque no he insistido bastante en ella. Es posible que algunos lectores acaben de leer el libro y se queden con la impresión de que termina con una total reconciliación entre los cerdos y los humanos. Pero ésa no fue mi intención; por el contrario, yo quería acabar el relato con una fuerte nota de discordia, pues escribí el final inmediatamente después de la Conferencia de Teherán, que, según creyó todo el mundo, estableció las mejores relaciones posibles entre la URSS y Occidente. Yo personalmente no creí que aquellas buenas relaciones fuesen a durar mucho; y, como han demostrado los acontecimientos, no me faltaba razón.

[Gromov]

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