25 de octubre de 2014

Las malas compañías


El rastro, otoño de 2014



Como el desconocido reparte caramelos a la salida del colegio, así  Tinofc repartía a la entrada del Rastro el pregón de la Feria de Libro Antiguo y de ocasión a los amantes del libro.
Con el veranillo de San Miguel el paseo de la Guinda  rebosaba de gente por todos los rincones. Una vez que desapareció la policía local subían del río una procesión de carreteros que descargaron su miseria en el jardín de las delicias.
El trapero tenía en sus manos la Atlántida de Falla y unos vinilos de los Cardiacos que se le esfumaron al dejárselos al polaco, cleptómano de la escuela de Ruano, que así se justificaba: “Si tú, Larsen, eres  un folki, seguidor de la Braña y de Barrio Húmedo, deja a los rockeros locales para nosotros. Como dice Michichalequines en el Penta: "vinilo que no has  de escuchar déjalo vagar”.
El margariteño  sacó un billete de 50 euros con la intención de que se lo cambiase. Un gitano que pasaba a su lado le dijo: “Si yo creía que ya no existían". Se fue con la despreocupación de los pardales. El coleccionista de anécdotas, el Amanuense, suspiraba por la biblioteca de Amando de Miguel que la vendía a precio de aval bancario. "El sociólogo tendría que escribir sus memorias para recuperar el dinero perdido o presentarse al premio planetario; eso es lo que ha hecho el tenista Agassi, número uno de ventas con su Open (memorias)", comentaba Tinofc mientras del forro de la cazadora sacaba el libro del tenista para leernos las pompas de jabón de los periodistas de la Prisa en la contraportada. “Pero te vas a leer ese bodrio”, le dijo el escribano de Toral. “No, lo he comprado para regalar como los Reverte de Larsen”, aclaró el cínico del polaco.
El trapero nos contó que se le había gafado la expedición al almacén de libros en las Ventas. Tentó al Buitre y al doctor Ramone, pero se habían descolgado debido a los últimos disparos que se había oído en ese barrio. Preferían a las aguas turbias la fuente clara de la feria del libro.
Después de comprar unas castañas el amanuense prendió la mecha al decir que las mejores castañas eran las de Corullón; la castañera defendía con arte titiritero los castaños centenarios de su abuelo de Vega de Espinareda, y el polaco, que se entretenía comiendo unos higos, avivó la hoguera contando que las mejores castañas las había comido en Varsovia en la estación de tren.
Nos despedimos de la berciana recordando su simpatía y alegría. Se acercaban las once y la Feria de Libro de ocasión nos esperaba para oir nuestras quejas dominicales.

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