30 de enero de 2014

Crónica ultramarina




El original es un dibujo con lápiz de plomo que hice basándome en una 
foto mía. AT







CRÓNICA NO TAN URGENTE DE LOS HECHOS ACAECIDOS EN LOS ACTOS CONMEMORATIVOS DEL PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUY SANCTA Y LEAL COFRADÍA DE LOS “ULTRAMARINOS”

Por Anthony Thor, meritorio.



Cuando Larsen le dijo a la tasquera aquello de “es que somos escritores”, la cosa había llegado ya al colmo del delirio. Y es que ocho tíos como castillos diseminados por allí, moviendo mesas y sillas en pos de sabe Dios qué propósito, había alertado a la servicial mesonera y al bueno de Larsen no se le ocurrió etiqueta más tranquilizadora. No se preocupe, no somos terroristas, no pretendemos hacer una barricada con los muebles y pedir un rescate por su vida, no somos dementes, ni narcotraficantes, ni asesinos, ni siquiera somos inspectores de Hacienda de servicio, ni policías, ni espías, ni políticos. No, señora, sólo somos una pandilla de inofensivos “escritores”.

La declaración surtió efecto, porque en un santiamén estábamos todos -cuatro sentados, cuatro de pie- bajo la cabeza de cabrito disecada, como pelotón de fusilamiento a la inversa ante la cámara réflex que manejaba el mesonero por delegación expresa de la esposa. Parece que no quedó del todo mal la foto, aunque el que suscribe a la sazón aún no ha tenido oportunidad de catarla, a juzgar por lo que se veía en la pantalluca. Tras el acto, Larsen sintió la necesidad de, en parte por reconocimiento y también como modo de dar fe de lo proclamado anteriormente, de regalar al barman uno de los veinte ejemplares numerados de la novela. Ahí el amable hostelero tuvo una salida fruto de la deformación profesional. Tomó el cuadernillo grapado en la mano y, palpándolo, exclamó confuso: “pero, esto será un entrante...”. 

La cosa había estado bien en ese bar tradicional de mi inolvidado barrio del Crucero. Ensalada, pulpo, mollejas en salsa y la sempiterna cecina de chivo, llamada por algunos de “Dios me libre” por aquello de los cuernos. Todo ello regado con vinos varios y ornado por una conversación qué iba de Cervantes a Baroja, pasando por las mil y una historias de ropavejería y bibliofilia. Allí estaba el latinista Gromov con su diccionario a la diestra del plato, aunque sin que le estorbara un ápice para pillar tajada, y el finísimo Amanuense con su postre manufacturado en homologado tupperware. Al fondo Tinofc, el hombre del chaleco, y Bombita, el que tuvo el acierto de elegir esta fonda. Y frente a mí, cronista y neófito en esta cofradía, el ínclito Bruno, escritor protagonista del acto; José Miguel el de los apellidos múltiples, crítico y famoso creador de Mortisaga, irreverente xilófago lector y, como no, el versátil y multiforme Larsen-Vokislav, organizador y perpetrador de los fastos lúdico-artísticos más grandiosos del reino de las sombras y de los tenderetes.

Pero estoy hablando de las postrimerías del acto y soy consciente, pues aprendí leyendo  el Reader’s Digest que los artículos se empiezan por un momento culminante y luego, ya prendido el lector, se puede ir profundizando sin peligro de huida. En este caso el meollo, la madre del cordero fue lo sucedido en la chamarilería anticuaria de la calle Cantareros. Fue allí, en un ambiente tan sin par que ni la suite del Palace lo hubiera igualado, donde tuvo lugar en horario matinal la presentación de la novela “Dakovika”, del miembro numerario Bruno Marcos, acompañado del cofrade mayor, Sr. Larsen y presentada por el eminente licenciado Sr. López-Astilleros. Hubo numeroso público, dados los condicionamientos espaciales del local y la poca o nula convocatoria, y no faltaron autoridades del mundo artístico-cultural que aportaron la conveniente pátina de glamour al acto. 

Del momento culminante de este acto, con los ponentes en la mesa presidencial y su eminencia a la diestra, doy cumplida fe en documento gráfico que este humilde cronista y aspirante a miembro de la logia tuvo a bien elaborar con estas torpes manos que ha de cubrir la tierra. 

Otros muchos detalles se podrían referir y mucho más sería de derecho analizar acerca del material literario presentado. Baste decir que a la novela principal la acompañaba una tarjeta con el famoso cuento “El dinosaurio”, ilustrada eficacísimamente por el joven artista Darío Marcos y una hoja volandera donde el hermano Sr. Amanuense, tiene a gala hacer una, no por jocosa menos precisa, clasificación de vendedores de libros antiguos y morrallas variadas. Y aquí termino la estampa verbal, que mi pluma está arañando ya las últimas pulgadas del pergamino, y no están los tiempos para dejar otro a medias. Si vuesas mercedes tienen a bien, y no se resienten de leer tanto de seguido, en otra  ocasión les sigo desgranando aconteceres en un pellejo de cabrito joven que tengo curtiéndose al sereno.





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