23 de enero de 2014

Mortisaga en el cementerio de los iconoclastas








MORTISAGA EN EL CEMENTERIO DE LOS ICONOCLASTAS

19
GEOMETRÍA CELESTE

Había rectas, que al cortarse unas con otras, dudaban de su camino, se quebraban y doblaban, usurpando trayectorias ajenas. Aquellas a su vez se veían compelidas a tomar unas direcciones si no equivocadas, distintas de las propias, cuya extrañeza olvidarían transcurrido un trecho, dada la similitud de los puntos que las formaban. Lo cual hacía imposible la continuidad de un sueño, de una obra, a menos que al caos se le pueda llamar obra, tal como nos empeñamos en entender las huellas que dejamos en este mundo, inspiraciones armónicas incluso dentro de su confusión. La escena semejaba una piel nacarada sobre la que se hubiera desencadenado una batalla contra un felino rabioso, de uñas afiladas y mordientes, desorden de un alfabeto imposible, escrito sobre un paisaje lacustre o grabado en el humor vítreo de un anciano, no manchas, heridas rayadas en todas direcciones, sin orden ni concierto, rectas tan caprichosas como el universo, que termina por doblegarlas en curvas siniestras. La cosa no hubiera tenido más importancia, y me hubiera despertado con las últimas luces, como acostumbro, de no haber mediado el afán del vacío por transformarse en algo, sin cuya mediación su melancolía no sería posible, sentimiento que, a decir de los astrólogos de la inquietud, lo libraría de la nada, no de la muerte. Así fue cómo surgió la geometría, de las vísceras de una emoción, de una quimera, y así fue cómo al espacio le nacieron ojos circulares, triangulares, pentagonales, octogonales… secuencia de Fibonacci, a través de los cuales comenzaron a escaparse las cifras y los nombres, los teoremas y las catedrales, las sonrisas de las Giocondas y los cuerpos de belleza matemática, además de dos nautilus pompilius dormidos sobre una roca calcinada, a punto de aparearse sin perder la compostura de sus espirales casi perfectas. Pero de entre todas las creaciones, hubo un canto que repitieron miríadas de rectángulos y triángulos de mil tamaños con las mismas proporciones: 1,618033 9887498 9484820 4586834 3656381 1772030 9179805 7628621 3544862 2705260 4628189 0244970 7207204 1893911 3748475 4088075 3868917 5212663 3862223 5369317… y como por ensalmo, con este lenguaje incomprensible para un pobre Blaps mortisaga, estas combinaciones comenzaron a construir puentes sobre ríos de pensamientos, flores y pétalos del amor, galaxias, peces siameses, cristales de pirita, estrellas pentagonales titilando en noches áureas, y filósofos y pintores y arquitectos y geómetras del infinito, alquimistas del desorden supremo. Con la intención de no dejar mi cuerpo al margen del guarismo y cálculo divinos, pensé en la similitud de mis antenas, de mis patas, de mis ojos, de todos aquellos fractales que pudieran acercarme al principio inaugural de tanta armonía, así el despertar sobresaltado no me hallaría como un extranjero en tierra de nadie, sin medida, desterrado de la creación. Cuando amanecí a media tarde, empapado en sudores de azufre y sobresaltado por haber digerido a duras penas aquellas construcciones oníricas de las matemáticas, una música de esferas celestes me trajo a la memoria los libros por los que había estado merodeando la noche anterior sin provecho alguno: La proporción áurea de Mario Livio, una edición facsímil de De divina Proportione de Luca Pacioli, La proporción divina de Fernando Corbalán, y Mathematica Celeste de Arnaldo Pascalino. 

José Miguel López-Astilleros 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.