17 de enero de 2014

Las malas compañías


El Rastro, invierno del 2014



Entre la niebla llegó el inspector Ocramalliv con su abrigo camusiano que sólo se ponía para ir a conferencias, y de eso hace  ya mucho tiempo. Antes de encender el cigarro nos comentó: "Lo bien que comenzó el blog y ahora va a la deriva con tanta erudición cervantina, infernillo apagado y arca de Noé encallada, menos mal, que de vez en cuando, tenemos los vodeviles arnicheanos donde agarrarnos y reirnos de nosotros mismos y de la vida".
En Reto el ingenioso hidalgo del Torío contaba sus hazañas de soldado raso en la mili, donde se encontró a Antonio Soplillo que, en su sordera, marcaba a contrapunto el ritmo de los desfiles con su tambor de latón y su movimiento de plumífero. El hidalgo se quejaba de las inclinaciones que tuvo que hacer ante el Santísimo y el Generalísimo. El Ilustrado le escuchaba con devoción y le señaló que en su época la biblia había marcado la única verdad verdadera. "La religión es el opio del pueblo", con voz de marxista desahuciado y rostro de pastor iraní, gritó el hidalgo desahogando toda la represión de la posguerra. Seguían con su discurso mientras el cínico de Tinofc se reía por no llorar. Arengaban contra el dogmatismo clerical dogmatizándolo todo. Larsen no perdía palabra para pasarle el bloc de notas al docto Spasavic y su vodevil.
El iraní cargó contra los de Reto, por la demora en la colocación de las cajas de libros,  diciéndoles que funcionaban muy mal. El más espabilado del grupo le dijo que si funcionasen bien no estarían ahí en ese desguace escuchando las lamentaciones de carcamales.
En el tendido nos esperaba Bombita que ya había dado una vuelta al ruedo y no había encontrado nada. Dimos una vuelta por el Delta y el Arroyo sin ver nada que nos encendiera la curiosidad y agujerease nuestros bolsillos.
Un ajuar de boda: la foto de los novios, las invitaciones de boda, algunos regalos como la vajilla, el álbum de fotos donde se adivinaba una alegría que no conocía la tormenta que se avecinaba. Éste era el paisaje doméstico que nos regaló el balcón de Mendoza.
La guapa argentina nos ofreció unos libros de Asturias, que al pasar el Pajares, sus precios se habían contagiado de las alturas. El Polaco escogió varios libros de la Revolución de Octubre y los maquis pero cuando escuchó el precio le dio una calambrina que le hizo soltar el lote y apagar la ansiedad con el humo de un ducados.
El vecino del Balcón, Michichalequines, nos saludaba con el gorro de Stalin : "¡Compañeros del metal, volvamos a las barricadas, hay que sacar este país de las ruinas!". El Amanuense nos animó a todos con un vamos de visionario, tan convincente como sus propuesta de excursión al mercado vallisoletano.
Larsen le trajo a Bombita un libro Los toros y la radio y el subalterno se fue más contento que Carpanta en los coches de choque.
Por el paseo de la Guinda se acercaba el Conde Lucanor con su bastón vienés como metrónomo. Nos extrañó verle vestido tan informal : gorro de arcoiris Benetton, pantalones de pitillo color verde pistacho y cazadora de aviador de la Luftwaffe de un cuero desgastado de tanto vuelo.
El maletero del editor de Labici parecía el escaparate de un papelería del siglo pasado: papeles de distintos gramajes y texturas fueron pasando por nuestros ojos hasta que apareció un gitano queriéndole comprar el sitio de su aparcamiento. Aparcó su furgo en doble fila y, en cuatro palabras, nos contó que la otra semana le habían robado una mercancía cara que traía porque había aparcado muy lejos de su puesto. Le dijimos que en breve nos íbamos, se quedó escuchando la conversación de el Amanuense y Bicicleto sobre los tipos de papeles, su rugosidad, la tipografía adecuada, la camisa, el estampado... El gitano los miraba con recelo y se le adivinaba el pensamiento en su forma de mirar: "Dónde me he metido, sálvese quién pueda". Con la disculpa de la prisa por vender algo, antes de que la lluvia le arruinase la mañana, se fue a aparcar a la acera de enfrente. Nos miramos unos a otros y entonces comprendimos que nuestro reino no era de este mundo.
Terminamos la mañana organizando la comida ultramarina para celebrar el milagro de un año de la tiendablog ultramarina. Un año rodeado de queridos impresentables. Bombita sugirió dos menús: uno sentado de 10 euros y otro de pie de 8 euros. Todos estábamos de acuerdo porque daba la casualidad que no estaba ni Gromov ni el docto Spasavic ni Poil de Carotte ni Piero della Biondetta.
"Nos vemos el sábado en la presentación de Dakovika del Córvido en Cantareros", así nos despidió Malabia, el editor de manual de ultramarinos, la nueva editorial de los traperos del tiempo abocada de salida al fracaso, la única forma de triunfar en nuestro mundo de pulpa de papeles de libros de viejo.



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