5 de marzo de 2014

Quien ha infierno, dijo Sancho, nulla es retentio





Hay una cierta controversia en la sustancialidad del infierno: para algunos no es más que una metáfora (como Blake: “El Mal es el Infierno”; cf. Bataille: La literatura y el mal), mientras que otros lo consideran una realidad objetiva (uno de los “novísimos”, que no son nueve, sino cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria). Tal vez se puedan conciliar ambas posiciones; parafraseando a Paul Eluard: “Hay un infierno, pero está en este mundo”. 

A nosotros una de las definiciones del infierno que más nos gusta es la que Dostoievski puso en labios del starets Zósima en Los hermanos Karamazov: “El infierno es la incapacidad de amar”. Algunos también la atribuyen a Santa Teresa de Jesús, completándola con: “…y de ser amado”.

Aunque en otras ocasiones nos sentimos más identificados con la que propuso Sartre: “El infierno son los otros”. Hay quienes ven algo de esto en los diálogos (inesperados en este género cinematográfico) de El diablo en Miss Jones.





Para los futboleros el infierno es la Segunda División (que ahora se llama estúpidamente Liga Adelante): “Un añito en el infierno”. Bertrand Russell dedicó un libro entero (¿Satán en los suburbios?) a describir el infierno de ciertas personas eminentes. Por ejemplo, recordamos que el infierno del matemático tenía relación con la infinitud inabarcable del número pi. Y circulan por ahí distintas versiones de un apócrifo examen de termodinámica donde se pregunta si el infierno es endotérmico o exotérmico (la respuesta es hilarante).

Pero indiscutiblemente la descripción que más nos divierte de tal “lugar” es la que se extrae de la lectura del último cuento de la tercera jornada del Decamerón, en la que Boccaccio nos enseña “cómo meter el diablo en el infierno y los beneficios que ello conlleva.




[Charlus & Jupien]


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