26 de diciembre de 2014

De Conversaciones Mantenidas







De Conversaciones Mantenidas, OÍdas O Robadas En Librerías De Viejo, Donde Lo De Menos Son Las Librerías.


General Millán Astray, ¿ políglota ?

Era el 11 de Octubre de hace unos años, en Salamanca. Por esas fechas se conmemoraba el no se cuántos aniversario de la famosa trifulca entre Unamuno y Millán Astray, y con tal efeméride se celebraba en la ciudad un congreso en el que una de las conferencias versaba sobre los mitos y leyendas que nacieron a raíz  de aquel suceso. Era la ponente una experta en nuestra II República, danesa o finlandesa, no recuerdo bien. Aunque no aportó nada novedoso desarrolló la ponencia de manera didáctica y sin posicionamientos ideológicos, cosa siempre de agradecer. Otra cosa fue la discusión que se suscitó posteriormente en la que, como siempre que se debate sobre la II República o la Guerra ciVil o los partidos del Real Madrid con el Barça, o Villaberza de Arriba versus Villaberza de Abajo, se armó la bulla consiguiente. 

Cuando las discusiones llegaron al punto bizantino me fui del salón de conferencias con la temperatura muchos grados centígrados por encima de la que había cuando entré, y pareciéndome oír, sobreponiéndose a la algarabía general, a don Miguel desde su exilio perpetuo  diciéndonos ‘...es que no tenéis remedio’

Todavía llevaba los oídos calientes y los pies fríos cuando entré en una librería anticuaria que estaba, en aquellos tiempos, no lejos de donde se desarrollaba la conferencia. Lo de una librería de viejo para mí es lo que una farola para un chucho, así que allí me metí a curiosear un rato. El librero me saludó con la rancia indiferencia que proporciona la experiencia de pocos dividendos a la vista y siguió a lo suyo, parapetado entre varias columnas librescas. Tuve que sortear una mesa atiborrada de libros sobre la II República y la Guerra ciVil, que al hilo de las conferencias, el avisado librero había puesto en mitad del local.

Estaba absorto contemplando los anaqueles cuajadas de variopintos lomos cuando entraron dos hombres de mediana edad. Por lo que hablaban deduje que también venían de la conferencia de la danesa, o finlandesa, que para el caso que nos ocupa da lo mismo. Estaban a lo suyo, distraídos y ajenos totalmente a lo que les rodeaba, más o menos la conversación que mantenían era así:

- Hay que ver, ¡ qué fachas eran los fachas !
- Sí, siempre lo mismo. Quieren mandar en todo, hasta en la cultura.
- Bueno, cultura, cultura... esos no entienden de cultura, no saben lo que es.
- Sí, si que saben, por eso tratan de destruirla. Saben que cuanto más culta es la gente más difícil es conducirla, por eso no les interesa la cultura.
- Las armas, sólo les interesan las armas, la violencia de las armas, sin ellas no son nada. 
- Es que ya se sabe, las armas son incompatibles con la cultura.
- Más que incompatibles. Son enemigas acérrimas. Pero a la larga siempre vence la pluma a la espada. No sé quién lo dijo.
- Un facha no, desde luego que no.
- Mira el trastornado ese de Millán Astray. Ese no cogió un bolígrafo ni para firmar un cheque. Y qué osadía, enfrentarse así a Unamuno. 

La conversación seguía por esos derroteros tan manoseados cuando el librero, cual Lázaro, resurgió de entre la barricada de libros por catalogar, y no sé si harto de cháchara o aburrido de  la tarea catalogadora, tomó parte en la conversación. Blandiendo un mamotreto que resultó ser un Quijote, dijo:

- Señores, tienen que repasar el capítulo XXXVIII del Quijote y quizás les aclare algo sobre la pluma y las armas.

Aquellos dos, sorprendidos ante la repentina aparición del librero, aterrizaron bruscamente. Se lo quedaron mirando sorprendidos. Amenazaba con abrir el Quijote que sostenía en una mano mientras en la otra mantenía el lápiz marcador con el que hacía volutas en el aire. Con ojos de un azul intenso les miraba por encima de las gafas. Aquello me demostró que estaba ante un librero de raza, no ante un simple tendero. 

Como quien se acuerda de algo repentinamente, dejó el Quijote, se encaminó hacia la gran mesa central donde estaban los libros de la II República y la Guerra ciVil y mientras farfullaba algo entre dientes, buscaba con el índice entre los lomos. Topó con un librito modesto que extrajo con cuidado y mostrándolo a la pareja comenzó a decir:

- En cuanto a lo antes dicho sobre el ‘legionario mutilado’, sepan caballeros que se alejan de la verdad. Millán Astray  era políglota. He aquí prueba fehaciente.

Les tendió el librito que acababa de coger, del cual reproduzco la portada y página de título. Ya se sabe que una imagen vale por mil palabras. Ahí se lee claramente quién tradujo el libro, eso sí, contando con “colaboración”. Todavía no se habían recuperado los dos parroquianos cuando, animado, el librero comenzó a buscar de nuevo. Esta vez cogió un libro más grande:  Memorias de memoria, de Jiménez-Arnáu.


- Otra prueba más. No sólo inglés, miren, también hablaba italiano. Le tendió el libro al que tenía las manos vacías y le dijo que lo abriera por la página 101. Aquél empezó a buscar la página, pero antes de encontrarla comenzó el librero a recitar de memoria un pasaje en el que en Italia, subido en un coche oficial, el general legionario dándole un golpecito con la varita de legionario al chofer le decía: “Andiamo al soldato escoñuto”, lo cual para Millán Astray era una traducción de lo que los italianos dirían: “Andiamo al militi ignoto”.

Aún patidifusos los presentes en la librería, vimos al recitador dirigirse a la trastienda hablando en voz alta: 

- Pues tengo una revista de Signal por ahí en la que sale hablando alemán con un soldado, a ver si la encuentro... 


[El Amanuense]


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