Ocurrió ante un revoltijo informe de libros del Rastro que acababan de arrojar al suelo. Por no agacharme (que ya me va costando), muevo uno con la punta del pie para ver si identifico el título por el tejuelo del lomo.
Entonces el vendedor, encarándome, va me dice con muy mal vino:
—¡Tratar la mercancía con respeto, cojones!
[De las andanzas de Leo Garduña]
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