13 de diciembre de 2014

Las malas compañías


El Rastro, otoño de 2014


Se inició en este oficio vendiendo unos libros del diseñador Satué hace unas semanas; ahora, en su mochila de boy scout traía el libro de Plantas silvestres y Constelaciones de WB. Estamos hablando de Gromov, el nuevo vendedor ambulante del Rastro. Gracias a su oficio en estas artes menores y al descuento universitario que aplica, parece que está teniendo un cierto éxito entre los Ultramarinos.

Se extrañó el enciclopedista de no vernos en la nave de la Serna en el expurgo de la Universidad. Allí se encontró con Ridruejo y Bigotines, que cargaban las cajas sin mirar el contenido. Le dijo al ruso que le tenía reservado en el departamento la Aritmética de Boecio.

En el arroyo vimos llegar el invierno en el gorro de los Andes del trapero. Arrodillado revisaba los patrones del libro Corte y confección. El estepario le pidió el libro para hacer una fotocopia de la braga fantasía para un artículo de fetichismo.
“Ahora que se acerca la navidad, recuerdo que el año pasado en Austria visité el mercado Nashmarkt, donde al final de la mañana una máquina quitanieves se encargaba de recoger todos los restos de libros y los echaba al contenedor de reciclaje", así de nostálgico se puso Gromov.

En el delta Michichalequines alzaba la voz para vender un jamonero de pezuña de plata, su vecino búlgaro se quejaba de que no le dejaba oir las letanías de su radio de galena. Cerca de allí, Marilyn paseaba en un cochecito de bebés desguazado a sus tres perritos laneros.
El Amanuense negociaba con el gitano de Palencia por el contenido de un baúl floreado lleno de libros maltratados por los vaivenes de la vida. Solamente se llevó tres ejemplares y ya no volvimos a verle en toda la mañana. Se mimetizó con Bombita.
Tinofc rumiaba su silencio acompasando su paso. De sus viajes de colmados y comerciales nos traía las palabras de un poeta de Mansilla, que prefirió mantener en el anonimato, ya que sólo aspiraba a ser un poeta menor. También le contó al hilo de un Prieto picudo que había tres escritores fuera del mundo: Torga, Jiménez lozano y Puerto.

Una mañana más volvimos a tropezarnos con el escritor Alfranquino y su mujer que se quejaba del tiempo perdido en la rastrería. Apremiados por el chamarilero que con malos modales nos apartaba de la acera, el poeta esbozó algunas intimidades de María Zambrano, de Benito Arias Montano y su cabaña en Alcajar (Huelva), de su ponencia sobre las Revistas Literarias de Castilla y León con el título de La letra pequeña, de Caracola, la mejor Revista Literaria, que no estuvo nunca contaminada por los tejemanejes partidistas.
Quedó con cuatrodedos hablando del almirante de Rueda cuando los ultramarinos dejamos el lugar con la intención de encontrarnos en el expurgo de la Serna.
“Por cierto, Larsen, ¿Qué es eso del almacén de san Antonio, que aparece en el blog?", preguntó el ruso itinerante.“La cueva de Alí Babá”. 



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