18 de diciembre de 2014

Gromoviana






Gromoviana

Después de darle al botón de enviar, el artículo quedó enmarañado entre los ceros y unos del lenguaje informático, en espera de ser recibido por el director de la revista, quien al ver la firma del texto, lo dejaría en suspenso durante una semana antes de darlo a la imprenta, porque conocía de sobra al autor. Y no le faltaba razón, porque Gromov, el titubeante y perfeccionista estudioso de literatura rusa, lo solía martirizar durante ese tiempo con centenares de rectificaciones posteriores. Esta no iba a ser una excepción. Durante aquella noche, el preboste de las letras eslavas soñó con una legión de comas rebeldes atenazándolo, empujándolo a los abismos de un punto y aparte, donde se vio caer entre zarzas hurañas, que le herían los ojos, pertrechadas con cincuenta mil ques, cuyas punzantes cus se le clavaban en las pupilas y le impedían ver cómo las rimas internas de dos verbos díscolos repetían con sorna su estribillo “...ado, ...ado, que no te has enterado”, gritaban furibundos; entre tanto, uno de los redactores hundía con saña un rotulador rojo en su carnosa lengua balbuceante. Nadie sabe cómo murió el director de la publicación. Lo que sí se sabe es que su sustituto publicó el artículo forzado por un anónimo en letras pseudogóticas, que decía “El camino de la imperfección sólo conduce al crimen”.  

Elías Arrabal


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