25 de marzo de 2015

Bestiario del Quijote (XXXVIII)



AUTÓMATAS EN EL QUIJOTE


Ya empiezo a cansarme de tanta autojustificación al elegir los temas bestiarios del Quijote. ¿Qué relación hay —dirán algunos— entre autómatas y animales? Y de haberla, ¿qué pinta Don Quijote en todo esto?

Pues bien, en los orígenes de la ciencia moderna —más o menos por la época en que Cervantes escribía su obra maestra— existió una corriente intelectual que identificaba animales y  máquinas. Tal vez su máximo exponente haya sido Descartes, que en los apéndices a su Discurso del Método nos dejó los textos fundacionales del mecanicismo (por cierto, ¡qué bien le hubiera venido al manco de Lepanto un brazo biónico!). 

Pero para nuestra argumentación tal vez sea más convincente la siguiente anécdota atribuida a uno de los epígonos del filósofo dormilón:

Estaba Malebranche paseando por la Rue Saint Jacques de París con un grupo de amigos, entre los que se incluía el fabulista La Fontaine, cuando una perra preñada se les acercó meneando el rabo. Malebranche se arrodilló y la acarició e, inmediatamente después, para sorpresa de todos los presentes, se levantó y recogiéndose la sotana le arreó un tremendo patadón al pobre animal en todo el vientre. Mientras la perra se alejaba aullando con el rabo entre las piernas, los compañeros de Malebranche manifestaron su más que comprensible extrañeza por esta conducta. Malebranche les reprochó su ignorancia, porque aquella perra era solamente una máquina. Ni más ni menos. Si se le toca en un lugar, se rasca; si se le silba, se acerca y si se le patea huye. Y todo lo hace mecánicamente. Harían mejor en guardar su misericordia para las almas humanas.


Podemos con derecho propio considerar como autómatas del Quijote:
  •  Los molinos de viento, entonces de reciente invención y agigantados por Don Quijote.
  •  El Clavileño, claro antecedente de toros y caballos mecánicos de bares de cowboys urbanos.
  •  La Cabeza Parlante de Barcelona, una superchería digna haberla hecho realidad el mismísimo Juanelo.

Pero —y aquí viene una tesis descabellada a priori— el propio don Quijote es también un autómata. O al menos actúa como tal, robotizado dentro de su metálica armadura. Cuando lo veo levantarse paliza tras paliza con ese tesón incalificable, me vienen a la memoria los slapsticks del cine mudo y de los comics (tal vez haya sido Mingote quien haya explotado mejor esta faceta del Quijote en sus ilustraciones). Pero también, y sobre todo, la capacidad de regeneración del Caballero de la Triste Figura me recuerda a un Terminator que lo soporta todo estoicamente.

Y es que cabría preguntarse si Don Quijote no tendría algo de ciborg. La ilustración de Fernando Vicente que encabeza estas líneas deja constancia de la verosimilitud de esta conjetura, como también algunos de los diseños panteizantes del centenario de hace diez años.


 [Gromov]


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