31 de marzo de 2015

Mortisaga en el cementerio de los iconoclastas






II. EL CEMENTERIO DE LAMINIUM

19

ALONE TOGETHER

Afuera alguien había arrojado un atardecer a la calle. Embriones de sombras, cabalgando sobre espinazos de peces eléctricos, penetraron por el ventanal del escaparate. Desde dentro de la librería nadie supo quién había devorado la luz sin dejar rastro de las transparencias. Un hombre de edad melancólica con una gorra de estibador neoyorquino de los años treinta merodeaba sigiloso por los anaqueles de las literaturas eslavas. Una mujer joven con el pelo rojo y la boca pintada de frambuesas ácidas desordenaba con recato las antiguas novelas de la colección Mujeres Innombrables. Barbadillo no encendió la otra mitad de los fluorescentes apagados, hasta que no le hubo dado al play del aparato. La trompeta de Chet Baker se estrella contra su propia desolación, suena la canción Alone Together, y un estremecimiento hace que los tres se miren como si se hubieran reconocido en un garito de Nueva Orleáns hace cien años, mucho antes de que las cavidades hipodérmicas de la heroína dejaran huérfana aquella música  de los años cincuenta. 
En la reciente iluminación nerviosa de la sala de ventas late un desequilibrio de paraíso, parpadean los tubos, espoleados por los cebadores, cuyos monótonos zumbidos de cigarra se incorporan a la música como un coro de susurros. Me asomo desde la trastienda, animado por la reciente vivificación de todo mi organismo, que preludia la noche. Decido pegarme a la base de las estanterías más lejanas a los dos perseguidores de libros y salir por primera vez de allí. A medida que los últimos restos mortecinos de luz natural van desapareciendo, el espacio se tensa, se aburbuja, al mismo tiempo que mis miembros ganan agilidad y mi cerebro recupera parte de la clarividencia perdida durante el día, como les sucede a todas las criaturas nocturnas. Camino despacio, con los ojos puestos en la estructura de cada uno de los estantes, cercanos o lejanos, que comienzo a intuir como las nervaduras de una catedral gótica, esta es la solemnidad y la reverencia con que miro, admiro, me prosterno y sueño, y más si ahí están los ejemplares que la sabiduría de Barbadillo ha rescatado del purgatorio de la trastienda, para que algún visitante les vuelva a trasfundir la vida con lecturas y bibliotecas nuevas. Conforme multiplico mis pasos, me voy sintiendo minúsculo, ínfimo, casi a punto de bosón menguante. Me cuesta calcular las dimensiones del local, se me vienen encima una eternidad de libros, mi cabeza gira lentamente, a velocidad de galaxia desde otra galaxia, traspasada por el filtro de la trompeta de Chet Baker y el piano de Bill Evans. Sigo caminando hacia el escaparate, hasta que la distancia me permita asomarme al exterior, necesito el aire de la calle, aunque sólo sea su reflejo. Nunca hubiera supuesto que la presencia de tantos volúmenes juntos, como nunca los había visto, me provocaran tal aturdimiento. 
Un repartidor de pizzas aparca la motocicleta, saca una caja de cartón de un baúl amarillo y se dirige al portal de enfrente, pulsa un timbre, le abren al momento, no pasan ni cinco minutos cuando vuelve con la pizza en la mano y ojos de rabia. Dentro, Alone Together vuelve a comenzar. Una mujer y una niña se detienen frente al escaparate, la primera saluda a otra de su misma edad con la que se cruza y se paran a charlar, mientras, la niña se suelta de la mano, pone ambas palmas sobre el vidrio, su cara se va transformando según observa con detalle los facsímiles de unas láminas pertenecientes a un bestiario medieval, dos serpientes con alas clavan los dientes afilados en sus respectivas colas, un gato con escamas y orejas de lobo enseña unas garras de ave rapaz, un esqueleto con una guadaña danza sobre un cerdo con tres cabezas, la de un niño, un adulto y un anciano, sus pequeños dedos se escurren por la superficie, como si quisiera borrar tales visiones, aparta una de sus manos y trata de asirse de nuevo a la mujer. Alone Together se ha perdido en el bucle de un loco, sin esperanza de hallar el final, vuelve a sonar. A un hombre en la edad del desahucio sólo le interesa quien lo mira desde la refracción opaca de su figura, no mira ninguno de los libros expuestos, me pregunto si se reconoce, o por el contrario le dispararía entre las cejas a ese impostor siempre en la edad de la plenitud. Chet Baker exhala una última nota y enmudece. Los dos clientes abandonan Laminium sin ningún libro bajo el brazo. Jerónimo apaga las luces, baja la trapa y vuela hacia el bar Canales, donde tomará varios vinos con la tristeza de la melodía bajo la lengua.
La calle y Laminium, las estanterías y las catedrales, la melancolía y las frambuesas ácidas. Escucho el eco de los últimos transeúntes por la acera, respiro, me resigno a que mi única atmósfera permanezca unida por la gravedad de los libros, siento que sea así, exclusivamente así. Añoro la emoción de un lamento como el de Alone Together, o el de cualquier ser humano. Pero sólo soy un escarabajo  de palabras que sueña.
José Miguel López-Astilleros

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