20 de marzo de 2015

Bestiario del Quijote (XXXVII)





La licantropía en el Quijote



No encontraremos en esta entrada ni metamorfosis de hombres-lobo a la luz de la luna llena, ni muertes con balas de plata. Sin embargo la creo perfectamente oportuna y pertinente en nuestro bestiario.

Y es que me entero, leyendo las notas al Quijote de Suñé Benagés, de que se llama “licantropía” (o también “zoantropía”) a un tipo de locura montaraz y silvestre, normalmente transitoria, por la cual el alienado se bestializa y se retira a vivir solitario en la floresta al modo de las fieras. Personajes que temporalmente se emboscaron y animalizaron, ejemplos señeros de este tipo de chifladura son, entre otros:

  •     Lanzarote del Lago, por el desamor de la reina Ginebra;
  •     Amadís/Beltenebrós, por los desdenes de la señora Oriana;
  •     Orlando por la perfidia de Angélica (tal vez sea éste el modelo más claro de Cervantes, aunque no de Don Quijote, seguidor de Amadís en su penitencia en la Peña Pobre);
  •     Cardenio, anonadado por el sí quiero in articulo mortis de Luscinda ante el altar;
  •     Y, por supuesto, Don Quijote, enamorado de oídas, como los trovadores, de la simpar Dulcinea del Toboso, y ferido en punta de su ausencia.

Son muy graciosos los grabados de Doré de nuestro caballero en pleno frenesí (un tanto forzado) dándose calabazadas y haciendo zapatetas en paños menores en lo más profundo de Sierra Morena. En uno de ellos está Don Quijote con todas las vergüenzas al aire: esto, al menos en las ediciones francesas (vide supra), porque en las inglesas un velo pudibundo y oportuno las oculta a la vista del lector (vide infra).



[Gromov]


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