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DONDE SE RELATA, AUNQUE NO POR EXTENSO, CÓMO COINCIDIERON LOS TRES ESCRITORES EN LA EDITORIAL GROMO, EN BUSCA DEL GRAN SACERDOTE FERMÍN GROMO, POR VER SI AL MENOS CON SU PRESENCIA HALLABAN EL CAMINO SECRETO DEL ÉXITO. Y DEL ORIGEN DE LAS FILIAS Y FOBIAS QUE ENTRE ELLOS SEMBRÓ LA GRAN ELEFANTA.
ValK fue la primera en llegar. Pulsó el timbre y fue atendida por una mujer obesa, mórbida, con mofletes de bulldog y cabello rezumando grasa por cada una de sus puntas. Ni siquiera le dio tiempo a explicarle el motivo de su presencia. La hizo pasar sin más a una habitación que parecía una vetusta celda policial de confesiones, o eso le sugirió el olor a humedad, además de la pintura plástica descascarillada en las paredes, las antiguas sillas de anea, una mesa de formica con patas de acero y una máquina de escribir del siglo pasado encima. Con voz suave y afelpada, de encantadora de serpientes, le dijo en voz muy baja que esperara,
que enseguida sería recibida. Segundos después desapareció por una puerta adyacente, que cerró con prisa tras ella, como si temiera que se escapara un fugitivo. Más tarde llegó Juan Negro, saludó y se sentó en otra silla. Escrutó cada uno de los rincones en busca de libros, como correspondería a una editorial, pero sólo se topó con el exiguo mobiliario, con ValK y con el olor a lignina exudado por las carnes de la desconocida lectora de originales Manuela Madruga, MaMa, como se la conocía en los turbios y corruptos ambientes literarios. No tuvieron tiempo de iniciar una conversación,
porque Altarriba apareció al poco, antes de que la carcoma de la tarima agujereada rasgara el silencio y horadase sus oídos. Los miró con despreció, porque no había previsto que pudieran estar en su misma situación, y como prueba de ello sacó del bolsillo su ejemplar de Libertinos en Venus de Jorge Malpaso, con el objeto de aislarse entre sus páginas. Tanto ValKa como Negro reconocieron la cubierta púrpura y las letras cursivas del titulo en negro de la colección La sonrisa horizontal de Afrodita, hecho que provocó el primer intercambio de palabras entre ellos, dando comienzo así a una escabrosa relación.
Tras dos horas de animada charla,
aunque llena de reticencias una vez confirmadas las sospechas de sus intenciones,
terminaron por plantearse lo incomprensible que resultaba la diferencia existente entre los libros que tanto les entusiasmaban, y aquella habitación mugrienta. Así es que sin pensarlo mucho, ni comunicarles a los demás lo que iba a hacer, Juan Negro se levantó,
se dirigió hacia la puerta por donde había desaparecido la Gran Elefanta, MaMa,
accionó el picaporte y la abrió con la misma parsimonia que un matarife desangra una gallina,
con el pulso firme y seguro de que ya no hay marcha atrás para detener el crimen.
Lo que vieron no quisieron creerlo. La Gran MaMa estaba sepultada en aquel cuchitril, amontonada junto con miles de textos originales encanutillados, algunos incluso se diría que roídos, no se sabía si por los ratones o por una voracidad más allá de la lectura. Le vieron el rostro congestionado y los ojos girando a velocidad de vértigo alrededor de uno de los manuscritos abiertos, mugía, barritaba, con un sonido tal vez de rechazo o lo contrario. Al verse sorprendida, lo arrojó hacia alguno de los pocos huecos libres, tal si le hubiera producido una quemazón en las manos. Se levantó y les dijo,
No es lo que se imaginan, pervertidos. No uso estas letras para procurarme placer solitario, simplemente compruebo su efectividad literaria. Esto es un trabajo serio. Los originales de La sonrisa horizontal de Afrodita tienen que pasar por mis manos, porque yo sé como nadie ponerme en la cabeza de Gromo.
La justificación llegó al extremo de arremeter contra ellos. En su trayecto derribó varias torres de cuadernos, que se estrellaron sobre su gigantesca cabeza como pájaros perdiendo sus alas de papel. Pero como viera corroboradas sus peores intuiciones al ver el libro que portaba Abel Altarriba, los empujó con brutalidad hacia la salida y los conminó a marcharse rápidamente, mientras les iba diciendo,
Vosotros, los escritorzuelos de tres al cuarto, seréis los culpables de que Gromo acabe prescindiendo de mis servicios, queréis robarme el secreto de saber pensar como él, de saber lo que le gusta, aspiráis a que se transforme en un fauno lascivo con cuernos y verga mefistofélica ante vuestras novelas, y a que me someta a este doloroso ludibrio, al olvido. Por eso anheláis conocerlo, para escrutar aquello que os permita llegar a su enervante sexo y finalmente a la imprenta. Malditos seáis.
Antes de cerrar la puerta de la calle, un rapto de odio y rencor iluminó sus ojos. Había improvisado sobre la marcha la venganza contra todos los escritores de La sonrisa horizontal de Afrodita en aquellos tres ilusos. Volvió a abrir la puerta, los llamó, ahora con la voz inocente de cisne que solía poner ante los desconocidos, para pedirles el número de sus teléfonos móviles, con la promesa de informarles dónde y cómo podían entrevistarse con el editor. Después les dijo,
Por si no lo saben, es posible que las mejores novelas de la colección no vean jamás la luz, Gromo compra sus derechos y las guarda en una vitrina de nogal iluminada con fluorescentes rojos, de donde sólo las saca para solazarse con ellas en la más completa intimidad.
Una cosa es mordisquear el glande de un amante con los incisivos, acariciando el frenillo con el piercing de la lengua, y otra someter las palabras a un proceso semejante, de suerte que el lector pueda elegir si quedarse a uno u otro lado del placer, del lenguaje. Esto es lo que llevó a la desilusión a Valentina Kristel después de escribir los dos primeros folios, el desconocimiento de su primer lector, que no era sino Gromo.
Algo parecido le ocurrió a Juan NegrO. Sus guiones pornográficos no estaban concebidos para ser leídos, sino ejecutados, ni siquiera interpretados. Las palabras de sus primeras veinte líneas iban dirigidas a un espectador de sexo furtivo, cubata en una mano y bragueta en la otra, no a un lector refinado de butaca. Por eso necesitaba conocer a Gromo, al otro lado del papel.
En cambio Abel Altarriba tuvo que cometer el pecado de los hombres pequeños, el de la soberbia aderezada con resentimiento, para darse cuenta de su equivocación. Así fue que después de llevar escritos cinco folios, tanto quiso apartarse del manual de estilo de PlayEros, que soñando con la excelencia, se encontró con un mundo tan sórdido como aquel del que pretendía alejarse, el de su propia existencia mezquina. Necesitaba por tanto los gustos distinguidos de Gromo.
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