7 de diciembre de 2013

Las malas compañías



El Rastro, otoño del 2013



Al ver al Trapero con su gorro andino y sus guantes recortados nos dimos cuenta de que el invierno había entrado por la puerta de atrás del paseo la Guinda. El Ilustrado llegó de la corte de los milagros con una Enciclopedia del mundo animal, comprada, a buen precio, a un taxidermista del Páramo. El Editor de Labici paseaba  entre la escarcha del parque con las pruebas del primer número de Cuadernos de poesía Ultramarina dirigidos por Nevermore. Larsen nos contó que había estado en la presentación del El Descrédito (colección de artículos sobre el misántropo Céline). Todo acabó en un cabaret del Amanecer Dorado según palabras del Cuervo.
En la farola de Corrientes, al Perroviejo le costó la negociación por un libro de Postales de Murcia y las Memorias de Alberti. Dejó caer como un goteo las monedas en la mano del tanguero que, con corte de atorrante, reconoció que llegar a un acuerdo con el Trapero había sido muy fácil.
El capitán Nemo había naufragado esta semana en el puerto de las terceras oportunidades en la misma acera en la que el Pastor sacaba  ayudado por su mujer toda la mercancía de su coche multiusos. El Amanuense mandó a un anegado Larsen, con su pintas de vagabundo que ha dormido en el cajero automático de la Caixa, a negociar por Cómo mirar un cuadro. El cartonero no necesitó más que cinco euros para apalabrar un libro que al aristocrático Amanuense le hubiese salido por quince euros.
En el delta del Danubio nos recibió Michichalequines con un cuadro de Botero. La falsificación era mala, casi preferíamos un bidet Duchampiano donde guardaba una colección de novelas populares. Nos  dijo que esta mañana venía escuchando a un grupo de la tierra (Deviot) y le parecía demasiado ruido. "Michi en cuanto te sacan de la copla estás perdido", malvadamente le dijo Larsen. El pollo se reinvindicó como rockero ochentero de chapa y pintura. Nos miraba Marilyn, La rubia platino, que ocultaba los secretos de la noche con sus gafas Versace mientras pasaba el plumero a unas bandejas de la sesión vermut.
Cuando Gromov no se acerca a estos andurriales, los paseos dan poco juego y, al final, terminamos siempre escuchando las ocurrencias del freudiano y las quejas del inspector Ocramalliv. El paso era lento, acompasado a las palabras del catalovejero sobre sus próximos artículos para Libro Albedrío: un juego borgiano  de intercambios de títulos y autores. Nos pedía colaboración para este listado de apócrifos. Ahí quedo todo.
Tenía tanto frío que se paró a comprar unos calcetines laneros, una camiseta térmica y un gorro noeliano. Se metió en la furgo de la gitana para cambiarse y salió con cara de primavera.
En el tenderete solidario el Hidalgo caballero de la triste figura revolvía unos cuadernos de pasta dura y línea clara donde quiere esbozar unas palabras sobre los palomares del Torío. Un vendedor ferroviario reconoció al Polaco, no sabemos si era por su primer trabajo como jefe de estación de Matallana o por su periplo por los mercadillos de la ciudad, el alfoz y provincia.
En la furgodesván nos arengó el Ultraísta, como un Séneca de grandes superficies, sobre la precariedad de la vida y de lo mal que está el negocio: no vende un libro. "Si sigues haciendo lo de siempre tendrás los resultados de siempre",  primera lección que le dió el autónomo de Industrias y Andanzas. Cuando los augurios eran desfavorables, aparecieron de entre el gentío dos venerables ancianos del antiguo testamento, con la intención de venderle un trastero de libros. 
El berciano apuntaba el teléfono que le dieron en la agenda, el Amanuense estiraba el cuello y fruncía el ceño para lograr ver los guarismos y así adelantarse a la compraventa, Bombita revoloteaba por el contorno y Larsen se presentaba como librero de viejo de Salamanca (Todo un vodevil Spasaviciano). Como no logró ver todos los números, nos dimos una vuelta para intentar localizar a los jubilados en la Cacharrería y secuestrarlos para que nos enseñasen los tesoros heredados del canónigo. Todas nuestras conjeturas se sujetaban en un hilo: el sueño de encontrar una biblioteca barojiana.
Después de una vuelta al ruedo sin encontrar al par de herederos, nos encontramos al Soltero de oro sentado sobre una caja de fruta probándose unas botas de piel de cocodrilo. A su lado Marconi enseñaba el libro, a un compañero, con el que había aprendido todo lo que sabía y le animaba a leerlo todos los días una hora . "No tengo mucho tiempo",  se quejaba su encorvado amigo. "Total a ti te quedan tres primaveras y a mi cuatro veranos. Qué deprisa pasa la jodía vida", sentenció el Dialino.
Terminamos nuestra búsqueda perdiendo al Polaco y sin encontrar a los clientes trasteriles.
Nos llamó Tinofc para decirnos que se marchaba. El resto de Ultramarinos nos quedamos al acecho por si saltaba la liebre y nos compensaba, de una manera o de otra, del frío agarrado en esta mañana invernal.


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