7 de octubre de 2013

Libro albedrío



El Rastro, otoño del 2013



      VENDEDORES DE LIBROS EN EL RASTRO
TIPOLOGÍA PSICOBIOLÓGICA


Este es un intento de clasificar la diversa fauna que bulle por el Rastro. Hoy tocan los vendedores de libros. Es una labor compleja, y es difícil atinar en esta tarea de catalogación. A buen seguro que faltan tipos y que los descritos no concuerdan plenamente con las expectativas o experiencias que haya tenido el lector. Por muy imparcial que pretenda ser el estudioso, téngase en cuenta que todo estudio que trate con el psiquismo está sujeto a la percepción subjetiva del observador. Por  eso estas de abajo son pinceladas de la realidad. Ha de verse pues como una guía más que como una  taxonomía gromoviana. En tal guía no han de entenderse arquetipos. Lo más común es que los tipos compartan características de otras categorías, pero haría muy engorrosa la clasificación y no es el tema de este ensayo.
Se dejan fuera, a propósito, las parejas vendedoras, pues aunque son dos individuos, cada uno con sus peculiaridades, éstas se funden lo hacen muy difícil la clasificación.
Mi Reconocimiento a (casi) todos estos vendedores, porque al fin y al cabo son, como dice mi amigo Flippo cuando está de buenas “…nosotros somos vendedores de ilusiones”.

Affábilis. Raro. De natural pausado, relajado. Te trata con amabilidad, siempre atento a tus peticiones. Con los ejemplares de este tipo no se regatea, se trata. Te da los buenos días y te llama por tu nombre de pila. Se acuerda de tus desideratas. Te pone en contacto con otros colegas. Si no lo tiene él te dice quién pude tener lo que buscas. Agradece tus sugerencias.
¿Cuánto cuesta éste?
A ver… ese son 12 Euros
Vale, me lo quedo
…después de mirar el libro: vaya, qué pena, mire, le falta una hoja
…lo siento, no me había dado cuenta, en este caso es suyo, se lo regalo

Depositum. Espécimen prudente, no muy expuesto, reservado, no arriesga. Es el que vende los libros en depósito. Con este tipo el margen de maniobra es escaso. Normalmente el que le coloca los libros pone el precio, más o menos precio de mercado, y el vendedor le incrementa su lógico beneficio al cual no suele renunciar aunque le eches la maldición del faraón.
No son raros los casos en los que los bibliófilos acuden a estos personajes para aliviar sus estanterías. Es más extraordinario, aunque de vez en cuando ocurre, que el depositante, en la vorágine que se produce cuando acuden varios compradores a la vez a un puesto,  le compre al depositario su propio libro.

Espectador. Vemos aquí un caso curioso de aprendizaje sin lecturas, de aprendizaje por observación, tan patrio. Este espécimen es aquel que por su aspecto y forma de tratar los libros,  generalmente tirados por el suelo*, te llevan a pensar que estás ante una buena adquisición por poco desembolso. Craso error. 
- ¿A cómo son éstos libros?
- Depende…
 - ¿Puedo mirar?
- Sí hombre pa eso están ahí
Te las prometes muy felices y empiezas la cosecha haciendo una pila de libros. En el improbable caso de que la ansiedad te dé un respiro, si miras a la cara del traficante, verás un rostro impasible, sereno, como que la cosa no va con él. Cuando has terminado de hacer la selección:
- ¿Cuánto es esto?, mire que llevo muchos tráteme bien…
Entonces te mira de arriba abajo y si atisba (a menudo con acierto) pocos posibles te atiza:
- Pues justo esos no los vendo que son de mi primo
Entonces, a la vez que te quedas con un palmo de narices, ves cómo desaparecen tus ‘adquisiciones’ de la vista, quedando la morralla por el suelo. Ya le has tasado los libros de forma gratuita. 
Con el espectador hay que actuar de manera más bien ladina. Tienes que hacer dos pilas, en uno la mena y en el otro la ganga. Obviamente has de preguntar precio por la pila morrallera, cuando ésta desaparezca te queda el camino libre para negociar con el montón que te interesa. Lo malo de esta treta es que raramente se puede repetir con el mismo tratante más de dos veces. Fue excepcional el caso de mi amigo y colega, conocido en los ambientes como el Trilero. Con los del tipo espectador siempre actuaba de la misma manera: hacía tres rimeros y preparaba tal batiburrillo con los que presuntamente quería, con los que desechaba y con los que no se llevaría ni a peso, que al final siempre acababa en sus manos lo que quería y a buen precio. Lástima  que se lo llevó la Parca por aquel subidón de tensión el día que hizo lo mismo con los botecitos de pastillas de sus compañeros del geriátrico.

* Nota: Para establecer el diagnóstico diferencial con el tipo Piger descrito más abajo, nótese que el Espectador, al contrario que el Piger, tira los libros por el suelo, pero sobre una manta.




[Desde la abadía, el Amanuense]



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