30 de marzo de 2013







El icono en la cultura rusa (II: periodo zarista)

 



Según informa Ronald Hingley en su imprescindible Historia Social de la Literatura Rusa, hasta en la isba más humilde, e incluso en las tabernas, existía el llamado “rincón rojo”, a saber: el iconostasio iluminado con sus lamparillas, ante el que el visitante se persignaba. Quiero recordar que así lo hacía en sus andanzas, visitando pequeños terratenientes, el archipícaro Chichikov de Las Almas Muertas de Gógol. Y también éste era un signo de beatería por parte del hipocritón Iudushka en Los señores Golobliov de Saltikov-Schedrín.
También Tolstói, al comienzo de Guerra y Paz, nos describe un rico iconostasio: el del moribundo conde Bezújov. Posteriormente, nos cuenta cómo Kutúzov y su soldadesca rindieron sus respetos a la imagen de Nuestra Señora de Smolensk antes de presentar batalla. Y, en la misma novela, el príncipe Bolkonski lleva a la guerra un pequeño icono familiar colgado al cuello que su hermana le confía con su bendición. Por su parte, Dostoievski, en el Diario de un Escritor, nos dejó una preciosa novelita, La Mansa, que le fue inspirada por un hecho real: una mujer se suicidó sumisamente arrojándose por la ventana con un icono en sus manos. 
Dejando de lado a los dos gigantes de la novela rusa y menos conocido que ellos al menos en España, Nikolái Leskov, descendiente de popes, escribió El Ángel Sellado, una novela que, lamentablemente, aún no ha sido traducida. Por lo que sé, trata de un icono que es confiscado a una comunidad de campesinos disidentes y posteriormente lacrado. Y pasando de lo trágico a lo cómico, en un cuento de Chéjov los padres de una poco agraciada novia frustran su boda al confundir con las prisas el icono familiar con una fotografía enmarcada, con lo que pifian la bendición paterna a los novios, que pierde así su sello de compromiso irreversible.



[Colaboración de Gromov]




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