11 de marzo de 2013

Librerías de viejo



Relieve, librería de viejo. Valladolid




Anatomía de las librerías de viejo


En todas las grandes ciudades del mundo se encuentra uno con estos estrechos mercados polvorientos que se llaman librerías de viejo o de lance. No se las ve con malos ojos y, a pesar de su aspecto nada halagador, pocas manifestaciones del comercio, por brillantes que sean, atraen como ellas las simpatías del hombre. ¿Quién negará a estas covachuelas de la curiosidad y del espurgo un misterioso encanto que crea, hasta en los más viejos, ilusiones de niño? El obrero que entra en ellas buscando un precio más asequible al libro que le es necesario no lleva menos gozo que el bibliófilo empedernido que detiene su atención en cada volumen, en cada rincón, en cada página, esperando encontrar el Eldorado bibliográfico.
Se diría que este tipo de establecimientos tiene una fisonomía común para todos los lugares y países. Los mismos cuchitriles desvencijados y patinosos; las mismas ringleras de libros adustos que nadie parece desear, pero que son los que atraen con más fuerza la mirada; los mismos visitantes contemplativos, melancólicos, silenciosos; el mismo cuchicheo, al regatear, entre el comprador y el dueño; casi los mismos títulos y las mismas portadas en ocasiones.
Por allí encontrareis visitadores incansables, casi moradores de las librerías de viejo: al bibliómano de saco raído o de elegante facha, explorando siempre entre los volúmenes a la caza del tesoro soñado; al estudiante que necesita un texto barato, y al perseguidor de un libro determinado, que ya ni los eruditos logran localizar; al lector de obras románticas, que para darle más aire a su romanticismo busca las páginas amarillentas, con olor a edad pasada; al comprador de folletines históricos, no muy lejos, aunque sí desdeñosos, del insaciable devorador de novelas policiacas; al maniático del coleccionismo, que jamás lee lo que compra, pero que lo coloca y ordena minuciosamente en su biblioteca, y al que entra y sale en cada librería con aire displicente, sin que nunca adquiera nada, como si su sola intención fuera inventariar el tráfico que va presenciando.
Estos son, en rasgos generales, los marchantes, parroquianos y visitantes de las librerías de viejo. Entre ellos y el objeto ansiado está el librero, ese hombre reservado, desconcertante, que, cuando menos lo piensa uno, le sale un redomado erudito, un pozo de ciencia infusa. Que cuando menos lo piensa uno, confiesa con irónica sonrisa que el libro que más se vende no es el novelístico, ni el de versos, ni siquiera el de aventuras, como podríamos imaginar, sino ese libraco aterrador con mucha tinta y mucho papel, que nadie se entretiene en abrir, pero del que todo el mundo habla como de una maravilla sociológica, estadística o paidológica.

Juan Rejano, La esfinge mestiza.



Resulta que ayer mismo me compré de segunda mano un libro de un exiliado en México para mi desconocido, y vi que tiene un capítulo dedicado a las librerías de viejo. De todas formas te lo mando con una foto de la antigua librería Relieve de Valladolid, una de las más polvorientas y con mayor encanto que  he visitado. Aunque en otro emplazamiento que el de la foto, esta librería, con su librero ya octogenario, sigue activa en Valladolid.



[Colaboración de D. Gromov]




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