19 de mayo de 2013

Una novela por entregas







Capítulo 15

El libro, sin duda, había salido del piso fantasma de Hermógenes Siena-Pombal. Todos los peristas de lo viejo sabían que el gran botín de los anticuarios de la ciudad sin nombre estaba en aquel hogar de principios del siglo XX que ese hombre rico decoró con extremo lujo para la que iba a ser su esposa y que se clausuró cuando le dejó, antes de la boda. ¿Cómo Lamieva habría tenido acceso a aquel libro? Me preguntaba. Acto seguido decidí intentar entrar en el piso de Hermógenes, ávido de aquellos tesoros, pero, sobre todo, de entrar en ese tiempo suspendido, en esa hemorragia detenida para sentir que la muerte que crecía en mis huesos se parara. Subí de nuevo a los tejados y, como un gato, corrí por las cumbres rompiendo infinidad de tejas, lanzando a la calle cascotes y cascotes. Al fin localicé, al pie de la catedral, las techumbres de la casa de los Siena-Pombal. Como un mono me subí a las chimeneas para otear algún vano en las cubiertas por el que filtrarme a esa catacumba, a esa sala de Tutancamón en la que ansiaba respirar el aire de más de cien años. Vislumbré un tragaluz del lado del patio. Lo forcé y un tafo agrio y denso salió inundándome los pulmones. Me descolgué de cabeza y perdí el equilibrio para precipitarme a la noche de la estancia. Algo blando amortiguó mi caída, algo mucho más blando de lo que había tenido por cama en mucho tiempo y una nube de polvo ascendió por los ramales de luz que daba la claraboya. Me quedé adormecido. En aquel lugar tan confortable creía haber vuelto atrás en el tiempo a un pasado tan remoto como mi infancia en la que mi madre me preparaba el lecho y me arropaba antes de toda la angustia del tiempo en fuga, antes de que ella misma desapareciera. Soñé con sus manos y su cara y me daba cuenta, dentro del sueño, de que mi vida era absurda, de que no la había aceptado nunca como era sino como una ensoñación, como una narcosis que vedara de mis ojos su dureza, que era un niño con arrugas y canas y calvicie. En eso noté que algo se movió a mi vera. En el lecho en el que había caído había alguien dormido. Las ventanas cerradas a cal y canto durante lustros no permitían ver en nada, sólo los extraviados rayos que llegaban tumefactos a la colcha de la cama. A tientas busqué entre los ropajes hasta hallar pieles suaves y desnudas, carnes jóvenes, pechos turgentes. La mujer respondió adormecida a las caricias. Me despojé de los harapos y pensé que debería tratarse de Lamieva, creía reconocer su cuerpo del encuentro en el local aquel, debía tratarse de Lamieva, la mujer del polo norte que surgía de entre las antigüedades para amar a un hombre como yo, un hombre destruido. Lamieva, que vivía escondida en el piso de Siena-Pombal. Hicimos el amor una vez tras otra, al menos siete, hasta caer desfallecidos. Entonces mi mente debilitada y arruinada de andar tantos años entre escorias imaginaba una vida allí, al margen del mundo, viviendo en aquel piso donde el tiempo estaba parado, salvados de la muerte. Lamieva y yo. Incluso imaginaba tener hijos allí, crear una familia de vampiros a salvo de todo y sobre todo del paso del tiempo, haciendo esporádicas salidas para vender los tesoros y conseguir alimentos, vistiéndonos con los ropajes de los baúles del rico al estilo belle époque, acunando a los niños en los ajuares. Y entonces me dormí y empecé a soñar que teníamos chiquillos corriendo por el piso, en todos los rincones y en todas partes y que los reunía en el salón ya con todo demediado, medio vendido todo, los muebles, los libros, los cuadros o las lámparas y les explicaba una genealogía grotesca inventada por mí con las fotografías de la casa en las que se iban sucediendo a capricho mío los antepasados de los Siena-Pombal hasta que, al final, les explicaba que llegábamos nosotros, los que ya no salíamos de la casa más que a escondidas y por los tejados y que nosotros éramos distintos y que yo había logrados salvarnos de todo y que nosotros nunca moriríamos. Acababa la explicación y los chiquillos se me tiraban encima y se partían de risa haciéndome cosquillas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.