25 de mayo de 2013

Una novela por entregas







Capítulo 16


Entonces me desperté cuando la luz de una farola entró por la tronera. Palpé el lecho y no había mujer alguna. ¿Habrá sido todo un sueño? Me dije. Pero encontré restos de semen por las sábanas aún húmedo y el olor a hembra. Me levanté y a tientas encontré una pared y hallé unos cortinajes duros como una alfombra puesta de pie y tiré de ellos un poco. La luz artificial de la calle en la que ya había anochecido inundó despacio aquella estancia que había permanecido lustros a oscuras y, por un momento, tuve miedo de que todo se quebrase, de que todo se derritiera ante la claridad, pero no ocurrió nada. El lujo pasado de moda de aquel piso se mantuvo impertérrito, efectivamente permanecía erguido ante el paso del tiempo. Vi que la cama estaba posada sobre patas de nogal talladas en cuerpos de ninfas, las paredes tapizadas de tela describían filigranas interminables. Caminé hacia la puerta de la habitación sobre el suelo de tarima de enebro que crujía a cada pisada como si lo despertase de su embrujo de desamores. La abrí con temor de encontrar a alguien, no sabía muy bien si persona, cosa o fantasma. Fue mi rostro lo que encontré en el azogue despoblado por tantos años de los lujosos espejos. Aureolado por rizos de oro con el adornado piso de fondo aparecía perfectamente integrado en el pasado, como el habitante perfecto de ese lugar. Los primeros rasgos de mi senectud, mi prematuro envejecimiento se diluía entre cosas tan viejas y mi porte de vagabundo ridículamente digno se tornaba allí en distinguido, aristocrático. Por unos minutos me sentí como en mi sitio, como si yo perteneciese a una época pasada y, en ella, hubiese sido un gran señor melancólico y culto. Con todas estas fantasías me senté en una silla que, en el extremo de sus brazos, tenía pequeñas cabezas de león labradas. Enfrente un gran hueco en la pared con un cerco de suciedad que hacía pensar en un cuadro retirado. Estaba seguro que aquel hueco correspondía a la pintura que llevó Lamieva al rastro. Entonces comencé a inspeccionar todo el piso en busca de cosas que hubieran sido hurtadas. No me costó nada encontrar la colección de Diderot en la biblioteca para comprobar que faltaba el volumen número dos. Sin duda Lamieva campaba a sus anchas por el piso de Siena-Pombal. Volví a la cama y dormí hasta el día siguiente.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.