LIMINAR
En esto de la literatura resulta sencillo distinguir entre un lector sabio y un simple curioso. Mientras el primero se afana con los libros verdaderamente importantes, aquellos que han marcado un antes y un después en la historia de la literatura, y no pierde el tiempo con lecturas menores ni extravagantes, el curioso, en lugar de recorrer las avenidas principales, pasea siempre por los arrabales y acaba conociendo a la gente más rara y simpatizando con los libros más periféricos y estrafalarios. Es decir, que mientras los sabios leen siempre a Nabokov, o a Borges, por poner algunos ejemplos, y no suelen distraerse con los libros olvidados de Pedro Boluda o Teresa Wilms. Vamos, que en una visita al mercado estos últimos no ocultarían sus preferencias por los puestos de menúceles y las casquerías más selectas en busca del mejor solomillo.Todo esto no quiere decir sin embargo que los sabios nunca lean a los raros ni que los curiosos no no disfruten con los clásicos. Yo no hace falta confesarlo a estas alturas, soy más de riñones y criadillas que de entrecots y bistecs. Y perdona la jactancia, amigo lector pero esto comienza a ser ya un signo de distinción: entrecots y bistecs encuentra uno en cualquier buen restaurante, pero ya ya no resulta fácil dar con una taberna de la de antes donde te sirvan unos buenos riñones a la plancha o unos zarajos por su sitio. Ojalá disfrutes con ellos y te sirvan de solaz y entretenimiento, que no otra cosa aspira toda literatura. Hasta la más suburbial como ésta.
De La vida de los libros. J. L. Melero. Xordica editorial.
[Colaboración de Tinofc]
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