22 de abril de 2013

Una novela por entregas








Capítulo 8

En eso entró el anticuario que habíamos visto a través de los cristales con la chica. Venía con un traje de torero en la mano cogido por la nuca de la chaquetilla. Dio un respingo al vernos allí, recostados en sus muebles y tristes y meditativos como ratas. En el interior de la chaquetilla de torero se veía una mancha lavada de color carmín. Seguramente era sangre seca. El anticuario se detuvo enfrente de nosotros, elevó el traje de torero para enseñárnoslo y dijo:
-¡Lo acaba de traer su viuda!
Nosotros bajamos la cerviz como si diésemos el pésame al mismo torero allí presente.
El traje de torero a la sombra de las pobres luces de anticuario daba matices ocres muy nobles como de latón viejo y bruñido y se parecía a una armadura prehistórica y al tórax de una momia. El anticuario lo sentó en una tercera silla entre los dos bohemios como si lo agregara a nuestra tertulia. Larsen tuvo para él un mohín de toro resabiado e hizo algún gesto con los dedos y la boca para conjurar el mal fario del traje de torero. Pascal acarició sus pedrerías con la punta de los dedos y una pieza, roja como un zafiro falso, se desprendió rodando por su manga hasta el interior de sus andrajos.
-Bueno... Y ¿Qué se les ofrece a los señores? -exclamó el anticuario.
Pascal me miró a mí y yo a Larsen.
-Se trata de negocios -contestó con empaque el pordiosero.
-O sea..., que no vienen a comprar nada. -respondió el otro.
-Somos hombres de negocios. Tal vez ha oído hablar de nosotros.
-Llevo aquí desde Julio. Casi no conozco a nadie.
-Sí le interesan los libros viejos tiene que tratar con nosotros.
Larsen se levantó, cogió del hombro al anticuario y siguió con sus negocios mientras paseaba con él por la tienda. Me levanté yo también con la idea de robar algunos objetos pequeños mientras el dueño estaba descuidado. En eso me acerqué a la mesa que hacía las veces de mostrador con grietas llenas de telarañas. En una de sus esquinas reconocí el atadijo de papel de estraza atado con un cordel rojo que había portado la chica horas antes. A tinta color malva de pluma estilográfica estaba escrito en él con letra gótica: "Lamieva". Estuve seguro entonces que aquel era el nombre de la chica, Lamieva. El papel del paquete estaba rasgado y en su interior aparecía un rimero de libros de un autor para mí desconocido: Vokislav Karbajc. Intenté extraer algún volumen de aquellos pero en ese instante volvieron Larsen y el anticuario al tiempo que la puerta de la tienda se abría.





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