El Rastro, invierno del 2014 |
Quien iba a decirle a Tinofc que en el Rastro se iba a encontrar con el maestro de su pueblo, Villamarco, en unas memorias que él mismo escribió. En el breve libro, (el autor no quiere contarlo todo), señala algún relato que nos habla de una época que sólo hemos conocido por los libros como casi todo. "Estabamos en la pensión cuando nos avisaron que se acercaban los falangistas; tuvimos que quemar todos los libros por miedo a las represalias. ¿Cómo luchar contra la barbarie de la ignorancia?"
Todos los domingos recibimos las mismas amenazas del Galateo: "Que me traigan más libros que si no quito el cartel del escaparate. Dakovika se vende mejor que los churros de Santa Ana. Nunca este escritor (Bruno Marcos) tuvo tanta resonancia con un libro en esta ciudad de provincia. ¿Será por el romanticismo sórdido, por el vértigo de los tejados, los ladridos poéticos de Karerino, la ausencia de Vokislav o por el oráculo de Garnach...?".
No sé como salió a colación los poemas de la calle que regala la librería Casquería de Madrid, tal vez, porque el trapero nos recordó que la antología poética de Raros del tiempo (próxima publicación de manual de ultramarinos), que dirije el Cuervo de la Corredera, empezaba a recopilar los poemas de esos poetas esquinados.
La buena temperatura hacía que el Desguace pareciese un zoco de jubilados y marroquíes. Entre dos furgonetas que tiraban la quincalla por la ventanilla apareció el joven del Círculo de Lectores para enseñarle al cinéfago Trapero El diario de una cámara de N. Almendros, aunque no se lo vendió porque lo quería leer, le dio el soplo de un asentamiento de rumanos gallegos debajo del puente.
Nos acercamos un poco desorientados. El paisaje lo formaba una furgoneta llena de cachivaches y una acera sembrada de bolsas de distintos tamaños, papeles, guías telefónicas, planos de ciudades lejanas... el rumano te preguntaba que buscabas mientras te iba mostrando un reloj de cuco, una bandeja de porcelana y un sombrero de explorador; a su lado una Medea anciana, cubierta con unas sayas negras, extendía sus manos como raices para cobrar. El Polaco, ausente de la pulpería, quemaba los días con la lentitud con que subían sus volutas al limbo de los tipógrafos. El Trapero, arrastrado, exhumaba un plano de Lisboa y otro de Buenos Aires entre tanto objeto inútil; sin haber estado en esas ciudades conocía todos sus rincones por el sonido de las palabras de Ricardo Reis, los cronopios y los conjurados de la Recoleta. Buscó sin esperanza el plano de la melancólica Uruguay, pero el cansancio hizo que levantase y soltase amarras.
Los Ultramarinos académicos encabezados por el abad Gromov, el sacristán Fray Amanuense y el monaguillo Bombita (no ha llegado el carnaval) se encontraron con los Ultramarinos rastreros: Tinofc y Larsen en su sidecar Hélices. En un momento de distensión el Ruso fue objeto de escarnio público: "Nos invades de animales el blog", "el academicismo está echando a perder el blog","falta la rata en el bestiario del rastro", "el blog ha perdido frecura"...
A la vuelta del Tendido unos gitanos descargaron los libros de la sede del Círculo de Lectores: El abracartas, Hasta que te encuentre, El accidente, Vida y destino, este libro se lo llevó el Ruso para retroalimentar el vicio, aunque quiso comprárselo el Inspector Ocramalliv, al final desistió con un "monedita con monedita se paga".
Como el Ultraísta todavía estaba zascandileando por el Desagüe nos acercamos al Desamparo para saludar a Demóstenes que hacía tiempo que no sabíamos nada de él. Al vernos llegar preparó en un momento un recital de poesía para vencejos: recitó La flor del Gnido (de carrerilla mientras aceleraba con el pie izquierdo), La encina, Córdoba lejana y sola, y terminó citando a Voltaire: "El vino hay que beberlo de pie, humilde y acompañado".
Nos destapó las cajas de libros y como si fuera un pesebre, los Ultramarinos inclinaron la cerviz y abrevaron su sed. El Orador nos enseñó sus poesías rural-místicas, escritas en un periódico local. De los restos del naufragio salvamos las Memorias de la diabólica Sinoret y Los pueblos de Azorín. Los ochenta céntimos que nos pidió por el primer libro era un homenaje a un vendedor de su pueblo (según sus palabras), en el segundo libro, subió el precio a dos euros ("hay que revalorizar los clásicos castellano que están muy devaluados"). Al final nos regaló el ejemplar de la actriz francesa por la superstición de la primera compra ("si se rechaza al primer cliente, mal día de ventas").
En el Puesto de los Irreverentes volvieron a salir los libros serios, a la vez, llegaba Tinofc presumiendo de los cinco volúmenes de Ortega comprados al ultraísta. Gromov le recordó que esos libros se los había reservado hace un rato. Tantos años en estos suburbios y todavía es un pardillo. Norma básica del rastrero: "Si reservas algo, págalo, y si no, olvídate a la vuelta".
Volvimos al furgodesván, más por encontrar un paisaje ultramarino que había visto el eslavo en un tomo del Filósofo de Occidente que por desfacer el entuerto de quién tenía la razón vital. No apareció el texto invertebrado ni hubo alianza entre Polonia y Rusia. Ha vuelto la guerra fria.
Quiso mediar el berciano de Camponaraya en el conflicto y ofreció al pistolero más rápido un Quijote novelado. El Amanuense, un enamorado de Madame Caso, que parece que está en La Vecilla, pero que siempre está sintonizado, le dijo al escribano: "Apunta eso para las malas lenguas".
La mañana no dio más de sí. Cada pardal regresó a su nido.