Los Más Preclaros Especímenes de la Rastrosfera
V
CucoBaroja, de quien ya hemos hablado, trató recurrentemente en sus obras de la cuquería entendida como astucia pro domo sua. Don Pío, gran cuco él mismo (cf. la contra-biografía de Gil Bera), se informó y curtió en los lugares de “la busca”, que visitaba asiduamente. Pero siendo su interés principal el libro de viejo, este sesgo distorsionó un tanto su visión de un tema que, en realidad, tiene tantas facetas como la propia vida. La misma parcialidad se puede achacar al carácter principal pero no exclusivamente bibliográfico, como se verá, de las líneas que siguen.
Por su propia naturaleza, el Rastro es un hábitat idóneo para el cuco, un ave solitaria que tiene dos singularidades notorias: la primera es que si avista algo que le interesa, lo mezcla con la morralla circundante y marea al vendedor con preguntas desinteresadas aquí y allá para que pase desapercibido y así poder sacarlo adelante a buen precio, llevándoselo entonces tan ricamente.
La segunda característica del cuculus canorus, ya indicada en su nombre científico, es su inconfundible reclamo. Según la tradición, la primera vez de la temporada que uno lo oiga, debe llevarse la mano al bolsillo y tentar su cartera. Lo cual, dicho sea de paso, nunca está de más en el Rastro. Pero, en este caso, no es por asegurar el peculio (tranquilidad: como se verá, el latrocinio del cuco está especializado y es de baja intensidad). Lo que dice la vox populi es que el dinero, mucho, poco o nada, del que en ese momento se disponga, será representativo de lo bien o mal que en el tema económico le irán a uno las cosas a lo largo del año.
Otras pecularidades y estrategias típicas del cuco son las siguientes. Parece que no va por nada en concreto, que tan sólo está mirando (decía Sócrates que, en un mercado, éstos son los más inteligentes). Entonces, preguntará por un artículo gancho que no le interesa en absoluto e intentará reducir su precio con cara de no le llega. Cuando ya no baje más, se tirará por el que de verdad quiere y se llevará el gato al agua por un módico precio.
Puede regatear durante horas, pero si ya lo que le piden es ridículamente barato y no cabe posibilidad de quita, aceptará la oferta que le hacen. Ahora bien, al pagar siempre le faltará un tanto de lo fijado, unas monedas que ya no impedirán que se cierre la transacción, con el añadido de que el cuco se libra de toda la quincalla cobriza, que pasa a manos del vendedor.
Tiene infinidad de formas de depreciar la mercancía: por ejemplo, si un libro tiene la firma del autor, es que está escrito por dentro. Si está intonso, tiene las hojas pegadas. Si se conserva impecable, es que no es antiguo, sino un facsímil. Si va a comprar una obra en varios volúmenes, siempre estará descabalada, porque aun en el caso de que los tomos sean correlativos de principio a fin, siempre faltarán los apéndices. Además, con sus filosas uñas retira subrepticiamente etiquetas de precios y cambia la cuantía de los mismos a la baja.
Por las razones apuntadas, hay que considerar a semejantes pájaros como avezados competidores dentro de la familia de compradores del Rastro (ya de por sí, un venero de especies que han resistido arteramente la selección natural); siendo los paganos vendedores, más aún que lo que venden, sus verdaderas presas.
[Frenología: braquicefalia de alto índice; Fisiognomía: ojos aguzados, nariz fina, cejas atildadas, orejas de tamaño mediano, boca estrecha y recta].
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[Gromov]
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