6 de febrero de 2014

Paradójicos libreros



Baroja, que nos dejó en sus memorias 
vívidos retratos de curiosísimos libreros

Conozco desde hace años a un librero no establecido (o estabulado) que, además de vender por internet, tiene un ocasional puesto callejero. Cuando el tiempo acompaña, extiende el percal y atiende el escaso mercadeo de lo negro sobre blanco en una calle peatonal bastante concurrida. Le gusta observar a la gente, pero nunca le he visto leyendo uno de sus propios libros en las horas muertas que se pasa de miranda.

El paradoxal Baroja hablaba en sus memorias de libreros literal y literariamente analfabetos (todavía los hay, siquiera funcionales), pero me consta que éste lee, y no meramente folletos. De hecho, cuando conversamos, me recomienda títulos y autores que le han gustado, no de oídas o porque los venda bien.

Una vez le pregunté cómo era que nunca se le veía en la calle con un libro, en vez de estar mano sobre mano (ni la radio pone). Me contestó que un colega experimentado del negocio callejero le pilló hace años leyendo y le amonestó amigablemente: no estaba bien que hiciera eso, era algo que estaba mal visto.

Me pareció entonces un argumento un tanto peregrino, pero, si bien se considera, no le faltaba razón. ¿Compraríamos en un puesto de la plaza cuyo dueño espigase entre su fruta y se regodease mascando plátanos o chupando gajos de naranja?

Lo cuál me recuerda que también  trato a otro personaje, verdulero a diario, que oficia de librero los días de fiesta. Me parece increíble que entre semana pueda conciliar lo efímero del comercio de frutas y hortalizas con la pretendida inmanencia del papel que reserva para el mercadillo dominical: porque hay incombustibles títulos que veo semana tras semana en su puesto de libros, morralla homóloga a la muy perecedera que en su negocio paralelo se ve obligado a arrojar periódicamente en el contenedor de lo orgánico.

El único caso de una antítesis vital parecida que me viene a la cabeza es el de los heladeros que antaño veíamos con su carrito durante el verano y que en invierno mutaban en castañeros de falsa locomotora.



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[Pequeña mundología gromoviana]


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