Una temporada en el infierno
Hélène Vary por Lautrec (La Leona) |
En los primeros años de su adolescencia, dos caídas, sin aparente trascendencia, fracturaron las piernas del futuro pintor Henri de Toulouse-Lautrec. Su crecimiento se detuvo y los huesos permanecieron débiles, al tiempo que el resto del cuerpo alcanzaba la madurez.
A modo de cruel compensación, la naturaleza otorgó a Lautrec todos los atributos de la virilidad: una gruesa barba, un sonoro timbre de voz y una exacerbada pulsión sexual ("a lively libido", según los biógrafos anglosajones). Solía decir de sí mismo: "Puede que sea una pequeña cafetera, pero tengo un buen pitorro". En el ambiente de los prostíbulos le motejaban de "pequeño Príapo".
El cuadro que aparece en la portada del libro que encabeza estas líneas, uno de nuestros preferidos, ofrece una visión límpida y serena de la femme. No así el que recogemos a continuación, que caricaturiza la lascivia hasta lo burlesco:
Servicio de lavandería en el burdel, por Lautrec |
Pero en Toulouse-Lautrec el arte primaba sobre el irrefrenable deseo sexual que, en su caso, sublimaba a base de absenta. Parece ser que en una ocasión el pintor le comentó a un amigo acerca de sus modelos: "El cuerpo de la mujer, de una mujer bella, no está hecho para hacer el amor, es demasiado bueno para eso. Para hacer el amor da lo mismo con quien estés, para eso vale cualquiera".
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[Charlus & Jupien]
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