16 de mayo de 2014

Bestiario del Quijote (XXX)


El entierro de Grisóstomo. Acuarela de Tussell según un grabado de Doré



El suicida Grisóstomo (“Boca de Oro”) invoca con tintes sombríos a diversos animales y a las fuerzas de la naturaleza en unos versos desesperados por el desamor de la pastora Marcela. Es éste un “testamento traicionado” que el albacea Anselmo tenía orden de quemar, pero que fue salvado por Vivaldo in extremis y leído ante los concurrentes, Don Quijote incluido.

El rugir del león, del lobo fiero
el temeroso aullido, el silbo horrendo
de escamosa serpiente, el espantable
baladro de algún monstruo, el agorero
graznar de la corneja, y el estruendo
del viento contrastado en mar instable;
del ya vencido toro el implacable
bramido, y de la viuda tortolilla
el sentible arrullar; el triste canto
del envidiado búho, con el llanto
de toda la infernal negra cuadrilla,
salgan con la doliente ánima fuera,
mezclados en un son, de tal manera
que se confundan los sentidos todos,
pues la pena cruel que en mí se halla
para contalle pide nuevos modos.


Probablemente sea esta la concentración bestiaria más nutrida en la obra cervantina, pues además de los antedichos animales, en otra estancia se alude también poco después a


la venenosa muchedumbre
de fieras que alimenta el libio llano

y también pide el desventurado Grisóstomo que

Ticio traya su buitre

y apostrofa a

las hermanas que trabajan tanto

Y el portero infernal de los tres rostros,
con otras mil quimeras y mil monstros

Todo eso, antes de que aparezca el

fiero basilisco de estas montañas

en la persona de la desdeñosa Marcela.

[Gromov]

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