12 de mayo de 2014

Parecidos razonables: Valle Inclán - Baroja





Hay al menos un “parecido razonable” entre Valle Inclán y Baroja, quienes, tanto en Luces de Bohemia como en El Árbol de la Ciencia, conjugan literatura y vida (mejor dicho, muerte): la de Alejandro Sawa que, casi con idénticas imágenes en las plumas de ambos autores, se ve reflejada en las de Max Estrella (el iluminado bohemio ciego) y Rafael Villasús (poeta de versos detestables y un mal entendido romanticismo), respectivamente.

El primero en verlo fue, creemos, Ildefonso Manuel Gil, quien también notó las analogías de ambos textos: la histérica hija, la catalepsia, el viejo melenudo y el empleado de pompas fúnebres que duda si hacerse cargo cadáver. Éstos son los pasajes paralelos de las obras en cuestión:

Los inquilinos de los cuartuchos le contaron que el poeta loco, como le llamaban en la casa, había pasado tres días y tres noches vociferando, desafiando a sus enemigos literarios, riendo a carcajadas.
Andrés entró a ver al muerto. Estaba tendido en el suelo, envuelto en una sábana. La hija, indiferente, se mantenía acurrucada en un rincón. Unos cuantos desarrapados, entre ellos un melenudo, rodeaban el cadáver.
―¿Es usted el médico? ―le preguntó uno de ellos a Andrés con impertinencia.
―Sí; soy médico.
―Pues reconozca usted el cuerpo, porque creemos que Villasús no está muerto. Esto es un caso de catalepsia.
―No digan ustedes necedades ―dijo Andrés.
Todos aquellos desarrapados, que debían ser bohemios, amigos de Villasús, habían hecho horrores con el cadáver: le habían quemado los dedos con fósforos para ver sí tenía sensibilidad. Ni aun después de muerto, al pobre diablo lo dejaban en paz.
Andrés, a pesar de que tenía el convencimiento de que no había tal catalepsia, sacó el estetoscopio y auscultó el cadáver en la zona del corazón.
―Está muerto ―dijo.
En esto entró un viejo de melena blanca y barba también blanca, cojeando, apoyado en un bastón. Venía borracho completamente. Se acercó al cadáver de Villasús, y con una voz melodramática gritó:
―¡Adiós, Rafael! ¡Tú eras un poeta! ¡Tú eras un genio! ¡Así moriré yo también! ¡En la miseria! , porque soy un bohemio y no venderé nunca mi conciencia. No.
Los desarrapados se miraban unos a otros como satisfechos del giro que tomaba la escena.
Seguía desvariando el viejo de las melenas, cuando se presentó el mozo del coche fúnebre, con el sombrero de copa echado a un lado, el látigo en la mano derecha y la colilla en los labios:
―Bueno ―dijo hablando en chulo, enseñando los dientes negros―. ¿Se va a bajar el cadáver o no? Porque yo no puedo esperar aquí, que hay que llevar otros muertos al Este.
Uno de los desarrapados, que tenía un cuello postizo, bastante sucio, que le salía de la chaqueta, y unos lentes, acercándose a Hurtado le dijo con una afectación ridícula:
―Viendo estas cosas dan ganas de ponerse una bomba de dinamita en el velo del paladar.
La desesperación de este bohemio le pareció a Hurtado demasiado alambicada para ser sincera, y dejando a toda esta turba de desarrapados en la guardilla salió de la casa.
(Pío Baroja. El Árbol de la Ciencia)



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Velorio en un sotabanco. MADAMA COLLET y CLAUDINITA, desgreñadas y macilentas, lloran al muerto, ya tendido en la angostura de la caja, amortajado con una sábana, entre cuatro velas. Astillando una tabla, el brillo de un clavo aguza su punta sobre la sien inerme. La caja, embetunada de luto por fuera, y por dentro de tablas de pino sin labrar ni pintar, tiene una sórdida esterilla que amarillea. Está posada sobre las baldosas, de esquina a esquina, y las dos mujeres, que lloran en los ángulos, tienen en las manos cruzadas el reflejo de las velas. DORIO DE GADEX, CLARINITO y PÉREZ, arrimados a la pared, son tres fúnebres fantoches en hilera. Repentinamente, entrometiéndose en el duelo, cloquea un rajado repique, la campanilla de la escalera.

DORIO DE GADEX: A las cuatro viene la funeraria.
CLARINITO: No puede ser esa hora.
DORIO DE GADEX: ¿Usted no tendrá reloj, Madama Collet?
MADAMA COLLET: ¡Que no me lo lleven todavía! ¡Que no me lo lleven!
PÉREZ: No puede ser la funeraria.
DORIO DE GADEX: ¡Ninguno tiene reloj! ¡No hay duda que somos unos potentados!
CLAUDINITA, con andar cansado, trompicando, ha salido para abrir la puerta. Se oye rumor de voces, y la tos de DON LATINO DE HISPALIS. La tos clásica del tabaco y del aguardiente.

DON LATINO: ¡Ha muerto el Genio! ¡No llores, hija mía! ¡Ha muerto y no ha muerto!... ¡El Genio es inmortal!... ¡Consuélate, Claudinita, porque eres la hija del primer poeta español! ¡Que te sirva de consuelo saber que eres la hija de Víctor Hugo! ¡Una huérfana ilustre! ¡Déjame que te abrace!
CLAUDINITA: ¡Usted está borracho!
DON LATINO: Lo parezco. Sin duda lo parezco. ¡Es el dolor!
CLAUDINITA: ¡Si tumba el vaho de aguardiente!
DON LATINO: ¡Es el dolor! ¡Un efecto del dolor, estudiado científicamente por los alemanes!
DON LATINO tambaléase en la puerta, con el cartapacio de las revistas en bandolera y el perrillo sin rabo y sin orejas, entre las cañotas. Trae los espejuelos alzados sobre la frente y se limpia los ojos chispones con un pañuelo mugriento.

CLAUDINITA: Viene a dos velas.
DORIO DE GADEX: Para el funeral. ¡Siempre correcto!
DON LATINO: Max, hermano mío, si menor en años...
DORIO DE GADEX: Mayor en prez. Nos adivinamos.
DON LATINO: ¡Justamente! Tú lo has dicho, bellaco.
DORIO DE GADEX: Antes lo había dicho el maestro.
DON LATINO: ¡Madama Collet, es usted una viuda ilustre, y en medio de su intenso dolor debe usted sentirse orgullosa de haber sido la compañera del primer poeta español! ¡Murió pobre, como debe morir el Genio! ¡Max, ya no tienes una palabra para tu perro fiel! ¡Max. hermano mío, si menor en años, mayor en...
DORIO DE GADEX: Prez!
DON LATINO: Ya podías haberme dejado terminar, majadero. ¡Jóvenes modernistas, ha muerto el maestro, y os llamáis todos de tú en el Parnaso Hispano-Americano! ¡Yo tenía apostado con este cadáver frío sobre cuál de los dos emprendería primero el viaje, y me ha vencido en esto como en todo! ¡Cuántas veces cruzamos la misma apuesta! ¿Te acuerdas, hermano? ¡Te has muerto de hambre, como yo voy a morir, como moriremos todos los españoles dignos! ¡Te habían cerrado todas las puertas, y te has vengado muriéndote de hambre! ¡Bien hecho! ¡Que caiga esa vergüenza sobre los cabrones de la Academia! ¡En España es un delito el talento!
DON LATINO se dobla y besa la frente del muerto. El perrillo, a los pies de la caja, entre el reflejo inquietante de las velas, agita el muñón del rabo. MADAMA COLLET levanta la cabeza con un gesto doloroso dirigido a los tres fantoches en hilera.

MADAMA COLLET: ¡Por Dios, llévenselo ustedes al pasillo!
DORIO DE GADEX: Habrá que darle amoniaco. ¡La trae de alivio!
CLAUDINITA: ¡Pues que la duerma! ¡Le tengo una hincha!
DON LATINO: ¡Claudinita! ¡Flor temprana!
CLAUDINITA: ¡Si papá no sale ayer tarde, está vivo!
DON LATINO: ¡Claudinita, me acusas injustamente! ¡Estás ofuscada por el dolor!
CLAUDINITA: ¡Golfo! ¡Siempre estorbando!
DON LATINO: ¡Yo sé que tú me quieres!
DORIO DE GADEX: Vamos a darnos unas vueltas en el corredor, Don Latino.
DON LATINO: ¡Vamos! ¡Esta escena es demasiado dolorosa!
DORIO DE GADEX: Pues no la prolonguemos.
DORIO DE GADEX empuja al encurdado vejete y le va llevando hacia la puerta. El perrillo salta por encima de la caja y los sigue, dejando en el salto torcida una vela. En la fila de fantoches pegados a la pared queda un hueco lleno de sugestiones.

DON LATINO: Te convido a unas tintas. ¿Qué dices?
DORIO DE GADEX: Ya sabe usted que soy un hombre complaciente, Don Latino.
Desaparecen en la rojiza penumbra del corredor, largo y triste, con el gato al pie del botijo y el reflejo almagreño de los baldosines. CLAUDINITA los ve salir encendidos de ira los ojos. Después se hinca a llorar con una crisis nerviosa y muerde el pañuelo que estruja entre las manos.

CLAUDINITA: ¡Me crispa! ¡No puedo verlo! ¡Ese hombre es el asesino de papá!
MADAMA COLLET: ¡Por Dios, hija, no digas demencias!
CLAUDINITA: El único asesino. ¡Le aborrezco!
MADAMA COLLET: Era fatal que llegase este momento, y sabes que lo esperábamos... Le mató la tristeza de verse ciego... No podía trabajar, y descansa.
CLARINITO: Verá usted cómo ahora todos reconocen su talento.
PÉREZ: Ya no proyecta sombra.
MADAMA COLLET: Sin el aplauso de ustedes, los jóvenes que luchan pasando mil miserias, hubiera estado solo estos últimos tiempos.
CLAUDINITA: ¡Más solo que estaba!
PÉREZ: El maestro era un rebelde como nosotros.
MADAMA COLLET: ¡Max, pobre amigo, tú solo te mataste! ¡Tú solamente, sin acordar de estas pobres mujeres! ¡Y toda la vida has trabajado para matarte!
CLAUDINITA: ¡Papá era muy bueno!
MADAMA COLLET: ¡Sólo fue malo para sí!
Aparece en la puerta un hombre alto, abotonado, escueto, grandes barbas rojas de judío anarquista y ojos envidiosos, bajo el testuz de bisonte obstinado. Es un fripón periodista alemán, fichado en los registros policiacos como anarquista ruso y conocido por el falso nombre de BASILIO SOULINAKE.

BASILIO SOULINAKE: ¡Paz a todos!
MADAMA COLLET: ¡Perdone usted, Basilio! ¡No tenemos siquiera una silla que ofrecerle!
BASILIO SOULINAKE: ¡Oh! No se preocupe usted de mi persona. De ninguna manera. No lo consiento, Madama Collet. Y me dispense usted a mí si llego con algún retraso, como la guardia valona, que dicen ustedes siempre los españoles. En la taberna donde comemos algunos emigrados eslavos, acabo de tener la referencia de que había muerto mi amigo Máximo Estrella. Me ha dado el periódico el chico de Pica Lagartos. ¿La muerte vino de improviso?
MADAMA COLLET: ¡Un colapso! No se cuidaba.
BASILIO SOULINAKE: ¿Quién certificó la defunción? En España son muy buenos los médicos y como los mejores de otros países. Sin embargo, una autoridad completamente mundial les falta a los españoles. No es como sucede en Alemania. Yo tengo estudiado durante diez años medicina, y no soy doctor. Mi primera impresión al entrar aquí ha sido la de hallarme en presencia de un hombre dormido, nunca de un muerto. Y en esa primera impresión me empecino, como dicen los españoles. Madama Collet, tiene usted una gran responsabilidad. ¡Mi amigo Max Estrella no está muerto! Presenta todos los caracteres de un interesante caso de catalepsia.
MADAMA COLLET y CLAUDINITA se abrazan con un gran grito, repentinamente aguzados los ojos, manos crispadas, revolantes sobre la frente las sortijillas del pelo. SEÑÁ FLORA, la portera, llega acezando. La pregonan el resuello y sus chancletas.
LA PORTERA: ¡Ahí está la carroza! ¿Son ustedes suficientes para bajar el cuerpo del finado difunto? Si no lo son, subirá mi esposo.
CLAUDINITA: Gracias, nosotros nos bastamos.
BASILIO SOULINAKE: Señora portera, usted debe comunicarle al conductor del coche fúnebre que se aplaza el sepelio. Y que se vaya con viento fresco. ¿No es así como dicen ustedes los españoles?
MADAMA COLLET: ¡Que espere!... Puede usted equivocarse, Basilio.
LA PORTERA: ¡Hay bombines y javiques en la calle, y si no me engaño, un coche de galones! ¡Cuidado lo que es el mundo, parece el entierro de un concejal! ¡No me pensaba yo que tanto representaba el finado! Madama Collet, ¿qué razón le doy al gachó de la carroza? ¡Porque ese tío no se espera! Dice que tiene otro viaje en la calle de Carlos Rubio.
MADAMA COLLET: ¡Válgame Dios! Yo estoy incierta.
LA PORTERA: ¡Cuatro Caminos! ¡Hay que ver, más de una legua, y no le queda tarde!
CLAUDINITA: ¡Que se vaya! ¡Que no vuelva!
MADAMA COLLET: Si no puede esperar... Sin duda...
LA PORTERA: Le cuesta a usted el doble, total por tener el fiambre unas horas más en casa. ¡Deje usted que se lo lleven, Madama Collet!
MADAMA COLLET: ¡Y si no estuviese muerto!
LA PORTERA: ¿Que no está muerto? Ustedes sin salir de este aire no perciben la corrupción que tiene.
BASILIO SOULINAKE: ¿Podría usted decirme, señora portera, si tiene usted hechos estudios universitarios acerca de medicina? Si usted los tiene, yo me callo y no hablo más. Pero si usted no los tiene, me permitirá de no darle beligerancia, cuando yo soy a decir que no está muerto, sino cataléptico.
LA PORTERA: ¡Que no está muerto! ¡Muerto y corrupto!
BASILIO SOULINAKE: Usted, sin estudios universitarios, no puede tener conmigo controversia. La democracia no excluye las categorías técnicas, ya usted lo sabe, señora portera.
LA PORTERA: ¡Un rato largo! ¿Conque no está muerto? ¡Habría usted de estar como él! Madama Collet, ¿tiene usted un espejo? Se lo aplicamos a la boca, y verán ustedes cómo no lo alienta.
BASILIO SOULINAKE: ¡Ésa es una comprobación anticientífica! Como dicen siempre ustedes todos los españoles: Un me alegro mucho de verte bueno. ¿No es así como dicen?
LA PORTERA: Usted ha venido aquí a dar un mitin y a soliviantar con alicantinas a estas pobres mujeres, que harto tienen con sus penas y sus deudas.
BASILIO SOULINAKE: Puede usted seguir hablando, señora portera. Ya ve usted que yo no la interrumpo.
Aparece en el marco de la puerta el cochero de la carroza fúnebre: Narices de borracho, chisterón viejo con escarapela, casaca de un luto raido, peluca de estopa y canillejas negras.

EL COCHERO: ¡Que son las cuatro, y tengo otro parroquiano en la calle de Carlos Rubio!
BASILIO SOULINAKE: Madama Collet, yo me hago responsable, porque he visto y estudiado casos de catalepsia en los hospitales de Alemania. ¡Su esposo de usted, mi amigo y compañero Max Estrella, no está muerto!
LA PORTERA: ¿Quiere usted no armar escándalo, caballero? Madama Collet, ¿dónde tiene usted un espejo?
BASILIO SOULINAKE: ¡Es una prueba anticientífica!
EL COCHERO: Póngale usted un mixto encendido en el dedo pulgar de la mano. Si se consume hasta el final, está tan fiambre como mi abuelo. ¡Y perdonen ustedes si he faltado!
EL COCHERO fúnebre arrima la fusta a la pared y rasca una cerilla. Acucándose ante el ataúd, desenlaza las manos del muerto y una vuelve por la palma amarillenta. En la yema del pulgar le pone la cerilla luciente, que sigue ardiendo y agonizando. CLAUDINITA, con un grito estridente, tuerce los ojos y comienza a batir la cabeza contra el suelo.

CLAUDINITA: ¡Mi padre! ¡Mi padre! ¡Mi padre querido!

(Ramón del Valle Inclán, Luces de Bohemia)

[Piero della Biondetta]

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