11 de mayo de 2014

Enemistades literarias: Baroja - Valle Inclán




Mucho le debemos por aquí a don Pío: sin ir más lejos, el nombre de esta sección, que procede de unos enjundiosos pasajes de Juventud, Egolatría donde, en palabras de Mainer “los enemigos le son útiles a Baroja para mirarse al espejo, para definirse por oposición, óptima forma de autorretrato”. En dicha obra su autor se considera anti-académico (posteriormente lo llegó a ser) por contraste con Loyarte, revolucionario frente a Dicenta, antirretórico al compararse con Sawa (que llamó al autor de Vidas Sombrías “invertebrado intelectual”, aunque luego le elogió la obra) y clarividente ante Silverio Lanza. No obstante, echamos de menos en dichas páginas una enemistad literaria acaso no suficientemente consolidada por la época en que ese disperso librillo fue escrito, pero que se iría labrando en años sucesivos y de la que daría buena cuenta Baroja en sus memorias: la de Valle.

Uno tiene en mente el arquetipo de “ese Don Ramón de barbas de chivo” imponente, casi marcial pese a su manquera (o tal vez por ella), que casi pone al personaje en un pedestal, como el de la bufanda del día del teatro. Pero luego lee Desde la Última Vuelta del Camino y se le cae el mito, convertido en un personaje canijo, granujiento, escrofuloso, de voz aguda, chillona y ceceante. Sus escritos, eso sí, quedan: el propio Baroja, nada sospechoso, como veremos, de jaboneo, reconoce admirar en Valle “el anhelo que tenía de perfección de su obra”, aunque tanbién le achaca que con las palabras que usa, sólo se puede escribir de marquesas, de jardines y de pavos reales. Pero justifica la animadversión mutua en sus formas de ser tan distintas: “Valle Inclán se sabía de memoria sus libros y yo no podía reconocer uno mío. Con esas condiciones tan desemejantes, era lógico que no simpatizáramos”.

Las hostilidades se desataron una vez en que Valle Inclán acudió a la casa de Baroja a consultar unas ejecutorias y, cuando nadie le veía (o eso creía él), le pegó un puntapié en los hocicos al chucho de la casa, el paradoxal Yock. Eso a Baroja se le quedó grabado como una ofensa personal y jamás se lo perdonó. Y de ahí proviene su “antipatía física y moral” por Valle Inclán. En éste último aspecto le echa en cara (con un escondido fondo de envidia) que toda su vida fuera un paniaguado de distintos ministerios y cobrase del fondo de reptiles con gobiernos de todo palo. Pero Baroja tampoco era un santito que digamos, y tres cuartos de lo mismo le achaca a él Eduardo Gil Bera en su biografía no autorizada.

Por su parte, Valle Inclán, a partir de situaciones más o menos reales, montaba unas historias en las que Baroja quedaba como un mandria, un miedica que en comprometidos lances con toros o delincuentes huía con el rabo entre las piernas, mientras que el valiente manco, excoronel de los ejércitos mexicanos (o eso decía él), se echaba por delante lo que hiciera falta para salir del paso. Esto enrabietaba a Baroja ante sus interlocutores (un tanto infantilmente, todo hay que decirlo), quienes insistían en que no era necesario mentís alguno. Todo era una distorsión de la realidad, a semejanza de las esperpénticas figuras reflejadas en los espejos del Callejón de Gato en la imaginación creadora de don Ramón. Quien también ejercía de ácido crítico literario, como cuando afirmó: “Baroja quiere que la realidad sea fotográfica; y así, de esa manera, escribe libros que sólo le gustan a un perro que  tiene que se llama Yock”.



[Piero della Biondetta]


Postcriptum


Doy por apócrifa la siguiente anécdota umbraliana publicada en El Cultural y que no recuerdo si también aparece en alguna de las reediciones del libro de los botines valleinclanescos. 

[Baroja] siempre había dicho que Valle Inclán tenía ridículos sueños de grandeza. Un día encontró a Valle en Alcalá -a esta gente todo le pasaba en la calle de Alcalá- y le detuvo:
-Mire usted, Valle, vengo de recoger el dibujo de mi árbol genealógico.
Y Valle, que conocía el desprecio de Baroja por las genealogías:
-Vaya usted a la mierda, hombre, váyase usted a la mierda.
La obsesión de Baroja contra Valle (el hombre que sí sabía escribir) llega a veces a la avilantez. “Todo el estilo de Valle consiste en llamar a los dedos dátiles”, escribe. En Valle Inclán, en cambio, jamás encontramos nada contra Baroja ni a favor. Se ve que el vasco torpón no existía para el estilista galaico.

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