“El ruso sólo tiene ingenio
después del golpe”, dice Gogol en Las
Almas Muertas. Cierto es, como también que “quien da primero, da dos
veces”. Y yo me he llevado ya tantos mojicones que prefiero tomar la iniciativa
a esperar que otro lo haga, y que sólo me quede el consuelo de una frustrada mordacidad ex post.
Porque esto que sigue lo
habría hecho Tinofc mucho mejor y con más gracia que yo, pero se ha demorado demasiado y dejó
escapar su oportunidad. De hecho, fue él mismo quien me sugirió hablar con el
decano del Rastro sobre el autor de los finiseculares Ripios
Ultramarinos que compró en Cadórniga el Enciclopedista (a quien, más que
éstos, bastante destartalados, interesaban otros, los Geográficos) y que me permitió fotografiar.
Pues
bien, su autor, el leonés de Antonio de Valbuena (1844-1929), alias “el Melladín de
Pedrosa” ya había tenido experiencias anteriores de
crítica literaria cuando le llegó por correo, procedente de los países
caribeños, un cartapacio con recortes de prensa que contenían diversos
poemas
publicados en periódicos de marallende.
Nos lo imaginamos mientras los
leía, relamiéndose
de gusto y afilando sus colmillos de lobo cerval (éstos, sin mellar; lo
de su apodo era por una cicatriz en los labios). A resultas de lo cual
publicó este libro, del que damos cubierta y
contra, índice, prólogo y uno de sus capítulos, escritos todos ellos tajando la pluma con escalpelo.
Pensándolo bien, este furibundo carlista, antiacadémico a machamartillo, a nosotros también nos hubiera despellejado.
[Gromov]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.