El Rastro, primavera de 2014 |
La mañana empezó con una espera lenta en el puesto de Reto. Gromov nos preguntaba a quién tenía que votar, la última vez que había ejercido el voto fue en el referendum de la OTAN. El Ilustrado empezó a echar las cuentas: 30 años, casi nada.
De entre toda la morralla que dormitaba en el subsuelo emergió el trapero Larsen con un atadillo de la revista de literatura Camp de l'arpa. Se sentó en el pretil a revisar los números y comprobó que estaban todos. Se acercaron el ruso y enciclopedista a curiosear y presentarle algunas ofertas rastreras que no convencían a nadie." Te lo cambio por un Quijote raro y el Dietario de Pla", era lo último que ofrecía el monarca de la calderilla. El trapero se cerró en banda ante tanto interés académico y escapó a guardarlas en el maletero. Le dejó al loco del pabellón, revisar el número Guerra civil y literatura, pero cuando vió sus intenciones fotocopiadoras, de un manotazo se la quitó, ante las quejas esteparias."Eres tan áspero como el polaco".
Nos dimos una vuelta por el desguace donde el penúltimo novísimo se llevó la poesía completa de fundador del Postismo, Chicharro. Fuimos husmeando en varios puestos y en todos aparecían libros con el exlibris de la bailarina de la cinta.
En el tendido 7, Rafa contaba el fajo de billetes imaginando los cartones de tabaco que se iba a fumar, gracias a las bolsas que se llevaron el polaco y el Amanuense.
Mirábamos a un lado y a otro sin ver a ningún Ultramarino díscolo.
Gromov nos invitó a ver su santasantorum aprovechando que le tenía que dejar a Larsen Desgarrados y excéntricos de J. M. Prada. Entramos en la cueva con gran devoción. Parecía el templo del rey Salomón. Todo eran columnas de libros que amenazaban la ley de la gravedad de la cabeza del ruso. Larsen, que tuvo que dejar la cámara a la entrada, en un descuido arrebató de una estantería El mundo de ayer de Zweig. El ruso se dio la vuelta y le puso la fecha de san Juan como fecha límite para devolvérselo. Ni un día más ni un día menos. Antes de irnos todavía nos dio tiempo a ver la colección de clásicos con las portadas analógicas de Gromov y sus ediciones tipográficas de su juventud. El trapero le reprochó el forro de las ediciones que el estepario justificaba por las relecturas que se daba en la casa, y para probarlo nos enseñó el lomo manoseado de Casa desolada.
Aprovechando que Larsen se iba a la churrería de Santa Ana, montamos algunos de los ultramarinos para conocer ese paisaje galdosiano. Se acercó Gromov y le preguntó si con la rosca de churros daban chocolate. El churrero le dijo que las roscas las hacía su padre hace treinta años, que ahora el churro salía cortado y se podía mojar en un orujo cartonero. Se animó el vendedor y le explico el significado de "estar más caliente que el palo del churrero". El docto Spasavic tomó nota, sacó su bolsa negra de Lazarillo y pagó media docena, haciendo mentalmente el valor de cada churro, 14 céntimos. Cuando nos íbamos, desde lejos soltó un refranillo para darle la contrarréplica bestiaria: "Ni más mierda que el palo de un gallinero". Antes de coger el camino de los arrieros, Larsen nos dejó en la plaza de toros. Empezamos la búsqueda de los ultramarinos perdidos por el Arroyo.
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